La Vanguardia (1ª edición)

El Último milagro

- Lugar y fecha: Razzmatazz (sala 1) (26/II/2016) DONAT PUTX Los Burros + Los Rápidos

El 20 de junio de 1981, en Els Hostalets de Balenyà, se produjo un encuentro trascenden­tal para el posterior devenir de nuestra música moderna. Kul de Mandril, el grupo de Quimi Portet, y Los Rápidos, la banda de Manolo García, coincidían en el cartel del festival Rock de Lluna. Ambos se conocieron esa noche, y empezaron a hablar de la posibilida­d de que Portet se integrara en Los Rápidos, hecho que se concretó pocas fechas después. De este modo, empezaba la andadura conjunta de una de las parejas artísticas más fecundas del panorama ibérico.

Tantos años después, Portet, García y sus músicos cómplices, ocupaban el cartel de Razzmatazz en una celebració­n que fue más allá de lo anunciado, es decir, de un simple concierto de Los Rápidos y Los Burros. Como todo el mundo deseaba –y sabía a ciencia cierta tras los bolos de Madrid–, la sesión culminó con un breve repaso al repertorio de El Último de la Fila, en el transcurso de una tanda final catártica y nostálgica en la que, por suerte, hubo más sonrisas que lágrimas.

El repertorio siguió el orden cronológic­o, con las canciones de Los Rápidos en los primeros puestos, entre ellas la espléndida Gladiadora. Fueron bien acogidas, sin duda, pero en este primer tramo de 14 temas, las emociones del público estaban aún algo contenidas. La cosa creció en emotividad­es con la primera pieza burra de la noche, Mi novia se llamaba Ramón, tomó altura con No puedo más, y ya puntuó muy alto con Huesos, la última antes de bises, que el personal secundó como si de un himno se tratara.

Sin embargo, aún había espacio para más felicidad en el encore, donde se sustanció lo más sabroso de la noche. Tras Disneyland­ia, el grupo empezó a atacar el cancionero de El Último de la Fila vía Llanto de pasión, Aviones plateados, Sara y Querida Milagros fueron hinchando el suflé, de modo que la sala era ya un verdadero karaoke. Tanto, que algunas veces Manolo García permitió que fuera la gente quien llevaba la voz cantante. Y se comprende, pues se estaba reviviendo ante los 2.000 asistentes un repertorio imbatible, coronado con un pase por la obra en solitario de Quimi Portet (La Rambla) y, como fin de fiesta, Insurrecci­ón. Dos horas de concierto, y un inolvidabl­e paseo por algo más de 35 años de brillante trayectori­a musical.

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