Una crónica en blanco y negro
Acabo de leer Aquella porta giratòria, insólito y sugerente libro en el que Lluís Foix Carnicé – lleidatà de Rocafort de Vallbona, periodista leído y viajado– pasa cuentas con el pasado. Al hilo de su peripecia vital hasta 1983, nos habla de dónde ha estado, de lo que ha hecho y, sobre todo, de quiénes ha tratado, a los que, de forma más o menos explícita, coloca en el lugar que según él merecen. Coincidiendo con esta lectura, he vuelto a ver Los violentos años veinte, película de Raoul Walsh, con James Cagney y Humphrey Bogart. No es extraño, por tanto, que este hito del cine negro me haya sugerido contemplar el texto de Foix como una crónica en blanco y negro de una época del periodismo barcelonés, vivida al compás de las vueltas y revueltas de la puerta giratoria de Pelayo 28, la vieja sede de La Vanguardia. Una crónica que arranca con la extensa, interesante y amena descripción costumbrista de una época; que se remansa luego y parece languidecer con la narración de varios viajes, y que culmina, por último, con una concisa y durísima escena final, en la que los disparos, pocos pero certeros, se dirigen a la cabeza de los adversarios hasta que, liquidados, se hace el silencio.
Foix nos habla de dónde ha estado, que ha sido en La Vanguardia, su punto de partida y de retorno, su cuartel de invierno. Ha trabajado siempre en la misma empresa. Una empresa que le ha permitido y facilitado –eso sí– viajar por todo el mundo, de Rusia a Sudáfrica pasando por China, India, Afganistán y Pakistán; de Washington y Buenos Aires a Beirut, pasando por Londres. Pero La Vanguardia siempre como eje. “La Vanguardia –escribe Foix– ha he- cho muchas transiciones y muchos cambios de orientación ideológica y política. No habría sobrevivido, si no, a las convulsiones de todo tipo que han golpeado al país desde aquel primero de febrero de 1881 (fecha de la fundación del periódico)”. Y añade: “El diario ha sido como aquellas gabarras que bajan por el Rin cargadas con productos diversos que transportan hacia el mar o desde el mar a toda Europa central. De tanto en tanto hacen sonar un claxon grave y profundo avisando que pasan. Siempre van por el centro de la corriente. Saben que si se escoran quedan trabadas en una orilla. (…) La Vanguardia ha sido la voz más constante, más seguida y más tranquila de la centralidad de una ciudad y de un país que ha pasado por muchas turbulencias”.
Foix dedica buena parte del libro a hablar de muchas de las personas con las que convivió y trabajó en La Vanguardia por aquellos años. El dueño entonces, don Carlos Godó, a quien llama “el conde”. Horacio Sáenz Guerrero, elegante y escéptico, el director que pilotó el periódico durante la transición “con la cautela y la valentía necesarias”. Los hermanos Nadal, Santiago y Carlos, leídos e irónicos, que defendían “sutilmente una democracia liberal, europea, presidida por una monarquía a la inglesa y bajo el signo de la reconciliación”. Llorenç Gomis, silencioso e imprescindible, “miraba el mundo desde la cultura y desde las convicciones”. José Casán, sabio y riguroso. Antonio Carrero y Ángel Zúñiga, inteligentes y excéntricos. Tristán La Rosa, wagneriano, políglota y snob, “perteneciente a la raza de los grandes corresponsales”. Jaime Arias, “que venía de muy lejos”, tan sutil, hábil y cortés como firme y coherente: aguantó allá donde otro se rajó. César Molinero, castellano viejo sin fisuras, capaz y riguroso. Lluís Permanyer, “un espíritu libre”. Tomás Alcoverro, “el oriental”, que “lleva Oriente en el corazón y en la cabeza”...
Todos estos retratos son cálidos y nostálgicos. Si aflora algún matiz, está expresado con ironía. Los personajes valorados negativamente son pocos. Alguno está insinuado. Pero unos y otros le sirven a Foix para concretar su concepción del periodismo. “Los periodistas –afirma– han de explicar lo que pasa y no escribir historias so-
Foix dedica buena parte de su libro a hablar de muchas de las personas con las que trabajó en ‘La Vanguardia’
bre lo que querrían que pasase”. Sin metáforas. Eso pensaba el 1 de enero de 1983, al ser nombrado director de La Vanguardia. “Mi idea –nos dice– era hacer un periódico de carácter anglosajón, con la independencia imprescindible para trabajar con una cierta libertad, abierto y no entregado a nadie”; “no quería que me dijesen lo que había de hacer en el diario”. Pero ya había recibido el aviso de que era demasiado internacionalista y no conocía suficientemente Catalunya, como le advirtió alguien con mando en plaza. A lo que Foix respondió: “Mira, president, yo he labrado la tierra de mis padres, surco arriba y surco abajo muchas veces y muchos días, y quiero a esta tierra tanto como tú”. Pero no le sirvió de nada y los acontecimientos se precipitaron. Duró seis meses como director.
Han pasado más de treinta años. Foix da hoy sin adornos su versión de aquellos hechos y cita a quienes considera responsables de lo sucedido y a sus comparsas. Tira a matar. No les doy los nombres. No voy a contarles el final de la película. La gabarra sigue navegando. Y Foix sigue en la gabarra. “La escritura y la profesión siempre te salvan”, concluye.