La Vanguardia (1ª edición)

El guardián del secreto de Iten

El irlandés Colm O’Connell llegó al pueblo en 1976 y ha inspirado el atletismo local

- XAVIER ALDEKOA Iten

Hace 40 años, Iten no era nada. El lugar estaba tan apartado del mundo, tan sumergido en las montañas del Valle del Rift, que, cuando la gente hablaba de Iten se refería al colegio Sant Patrick’s, que unos misioneros irlandeses habían fundado en lo alto de una colina. La escuela era el pueblo. “No había electricid­ad, calles ni oficina de correos, vivíamos en el bosque”, recuerda el hermano Colm O’Connell, quien llegó en 1976 a Iten y ya no se marchó. En aquella época, nadie practicaba atletismo. O’Connell es hoy un anciano entrañable que bebe té a sorbos cortos y a quien se le ilumina la cara cuando habla de sus “hijos”: decenas de atletas, entre ellos 25 campeones de mundo como David Rudisha, Mary Keitany o Lornah Kiplagat. Muchos le consideran un padre. Si hay alguien que conoce el secreto del éxito del atletismo de Kenia, es él.

“Sinceramen­te, la suerte fue que no sabíamos nada de atletismo”, confiesa. Como los alumnos se quedaban internos, los misioneros irlandeses decidieron incluir los deportes en su programa educativo para que los chavales se distrajera­n. Sonó bingo. “No había entrenado en mi vida, pero enseguida vimos que los chicos tenían talento para correr”, recuerda. Que Iten entonces estuviera aislada de la civiliza- ción fue una ventaja: los adolescent­es no se veían tentados por las distraccio­nes de la ciudad, y los caminos de tierra de los alrededore­s no tenían tráfico y eran ideales para entrenar.

“La mayoría de aquellos chicos venían del campo, eran pobres, pero para correr no se necesita ningún material. Correr les igualaba”, dice O’Connell. Al no tener conocimien­tos de atletismo, el hermano irlandés se dedicó a observar. “Si hubiera venido con un método europeo, no habría funcionado. Como no tocamos nada, apareció solo el método keniano: simplicida­d máxima y, en el máximo de la motivación, la posibilida­d de salir de una vida humilde”, apunta. Un campeón mundial gana alrededor de un millón de euros anuales, entre premios y contratos publicitar­ios.

Pero para O’Connell el secreto del atletismo en Iten va más allá de la altitud, la genética, el entrenamie­nto duro o una alimentaci­ón baja en grasas como el ugali, una pasta de harina de maíz, o el mursik, una leche fermentada popular. “La altitud, el clima, la comida... todo eso lo puedes imitar. Pero el secreto está dentro de cada uno y en la sociedad. Aquí cuando ganas regresas y eres uno más; no te idealizan. Y cuando pierdes, igual”. “Esa humildad –añade– y la capacidad de superar el fracaso son aspectos de los que nadie habla y son claves”.

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