A falta de quitamanchas
NO es fácil entender la política catalana. Cada día resulta una sorpresa. En pocos meses, ha pasado de ser previsible a ser considerada impredecible. El domingo, Artur Mas convirtió el acto de presentación de los candidatos de la alianza Democràcia i Llibertat en el recinto modernista de Sant Pau en la plataforma de lanzamiento de un nuevo partido. Ya no se habla de refundación, sino simplemente de fundación. Si el logotipo de CDC era un árbol (una higuera), ahora Mas explica que se trata de plantar una semilla (literal) para que brote algo nuevo, que no tarde en dar frutos. Los historiadores no explicarán fácilmente en el futuro por qué el partido que mandaba en Catalunya decidió un buen día hacerse el harakiri. Casi será tan complicado como entender por qué se anunció el mismo día que se presentaban los candidatos al 20-D. Entre los cuadros convergentes, los alcaldes y los miembros del Govern hay unas cuantas voces discordantes que, de momento, sólo se manifiestan en la intimidad. Todos aceptan con resignación cristiana esta transición, aunque despierta dudas por los costes que pueda tener por el camino.
Es evidente que CDC no ha sabido encontrar el quitamanchas para borrar la mácula de Jordi Pujol, que supo convertirse no sólo en el líder de la formación, sino también en su referente moral, aunque ha acabado siendo, sobre todo, una losa. Pero como no ha funcionado el Cebralín, han decidido cambiarse de traje. El nuevo partido todavía no tiene nombre, pero se definirá como independentista. Le disputará el espacio a ERC, su socio en las pasadas elecciones. Gaziel escribió hace ochenta años que los partidos llevan tantas rémoras e intereses creados que se parecen a los barracones rivales en noches de feria, donde cada uno proclama a grandes voces que el suyo es el único e insustituible. CDC intenta quitarse rémoras e intereses a cambio de perder identidad e historia. Toda una odisea.