El ocaso del Tigre
SeverianoBallesterosseacercóunatarde de verano al doctor Bob Rotella, gurú de la psicología en el golf. Era a mediados de los noventa. Quería desahogarse. “Hubo un tiempo en que yo era el futuro del golf, ¿sabes? Todo lo que hacía es lo que ahora enseñas. Podía visualizar mis victorias. En mi mente ya tenía la imagen de mí mismo con el trofeo. El año que gané el Masters por ocho o nueve golpes ya sabía que iba a ganar incluso en el avión que me llevaba a América”. Esta escena, explicada por el propio Rotella en su libro Golf is not a game of perfect ilustra a la perfección algo que una vez también fue rutina para Tiger Woods. Durante años personificó una máquina acumuladora de triunfos. Un modelo que seguir. Sus rivales le temían, la prensa le respetaba. Era indestructible. “Solía llegar al hoyo 18 sabiendo que el trofeo era mío, triste porque no quedaba más recorrido por jugar”, seguía Seve en su reflexión. “Ahora llego al hoyo nueve y me desconsuela pensar que quedan nueve más. Odio el golf de esta manera. No quiero seguir jugando si me voy a sentir así”. En estos dos últimos años, la amargura reflejada por Seve ha sido constante en la vida de Woods. Salir al primer tee ha sido una tortura. Mermado físicamente y a punto de cumplir 40 años, Tiger ya no es Tiger.
Las lesiones han sido una constante para el ex número uno, especialmente durante el último lustro de su carrera. Problemas en el tendón de Aquiles pero sobre todo en la rodilla izquierda –pasando por el quirófano en varias ocasiones– le apartaron de varios torneos importantes. Sus temporadas se han vuelto intermitentes. Su juego ha avergonzado incluso a sus más fervientes defensores. Más recientemente, su espalda, afectando además a sus caderas, ha pinzado –literal y metafóricamente– sus nervios. Woods parece perdido, despojado de esa máscara que le hacía inescrutable. Es vulnerable. Y sin embargo, incluso con un ranking humillante para su posición (292 del mundo), Tiger niega la realidad. “Me he lesionado antes y he vuelto. No cambiará esta vez. Soy un luchador”, afirmaba el estadounidense tras su última operación de espalda, hace tan sólo diez días.
A pesar de su travesía por el desierto a nivel deportivo,Woodsselashaingeniadoparaconvencer a patrocinadores de peso. Cuando a finales de 2009 estalló el escándalo de sus affaires e infidelidades, el imperio se tambaleó. Los patrocinadores más conservadores, aquellos que crearon la imagen del esposo, papá y amigo perfecto, dieron portazo a jugosos contratos. Una marca de bebida energética, una de cuchillas de afeitar, otra de coches de alta gama y así hasta seis, le dejaron de lado. Algunos afirmaron públicamente que Tiger había dejado de ser el ejemplo que seguir.
Hasta en el peor de los escenarios –cuando en 2010 perdió más de 50 millones de dólares
No ha pasado el corte en tres de los cuatro grandes, pero aun así ha ingresado 50,6 millones de dólares Operado de la espalda y a punto de cumplir los 40, Woods continúa su travesía del desierto y no regresará hasta el año próximo A raíz de sus escándalos por infidelidades varios patrocinadores le abandonaron
en ingresos por publicidad tras destrozar su imagen impoluta– el estadounidense no salió del primer escalafón de la lista de los deportistas más ricos. Ininterrumpidamente rey de los atletasacaudaladosentre2001y2011,regresóa lo más alto de la lista de la revista Forbes en 2013, cuando cinco victorias de peso le devolvieron el estatus de número uno del golf. Ese breve hechizo fue suficiente para seducir a propios y extraños en el mundo del marketing. Y es que a pesar de estar a años luz del jugador que durante años no tuvo sombra, Woods es el segundo deportista más rentable del mundo, sólo detrás de Roger Federer.
Ganó el último major –su decimocuarto– en el US Open de 2008 y este año no ha pasado el corte en tres de los cuatro grandes. Ha firmado las peores tarjetas de su carrera en una temporada para el olvido, con once eventos disputados y sólo un T10. Nadie osaría situarle como favorito en ningún torneo y aun así, Woods ha ingresado 50,6 millones de dólares, aún dentro de los diez mejores pagados del mundo. Sus años de gloria siguen dando rédito. Lo que sembró en el campo tiene un valor incalculable. Decir golf en las últimas dos décadas es decir Tiger. Eso no cambia ni con dos años en blanco.
¿Podrá el Woods de 40 años con el talentoso Jordan Spieth o el poderoso Rory McIlroy? ¿Enamorará como Jason Day? ¿Superará al gran Jack Nicklaus con sus 18 majors? Los expertos están de acuerdo. El ocaso del tigre parece imparable pero con él siempre hay una microscópica oportunidad de renacer. Para ello, según su ex entrenador Butch Harmon, Tiger debería hacer algo impensable: “Tendría que tragarse el orgullo y reconocer que su confianza se ha desvanecido”. Le toca cambiar el chip. Si quiere regresar con garantías, necesita llegar a la mitad del recorrido ansiando los siguientes nueve hoyos.