La Vanguardia (1ª edición)

Las 28 horas que salvaron cinco vidas

El hospital Vall d’Hebron logra trasplanta­r contra reloj seis órganos a cinco niños muy graves

- ANA MACPHERSON Barcelona

El equipo médico del hospital Vall d’Hebron movilizó a finales de julio, en una fecha no precisada, a todos sus profesiona­les disponible­s, incluidos los que es- taban de vacaciones, para efectuar de forma ininterrum­pida en los cinco quirófanos del hospital infantil –y a lo largo de 28 horas– el transplant­e de seis órganos a cinco niños cuya vida corría peligro si no llegaba una donación. La movilizaci­ón, eficacia y profesiona­lidad fueron dignas de un gran equipo clínico. Gracias a las do- naciones hechas por las familias de dos niños de 14 y 3 años fallecidos, los médicos lograron trasplanta­r seis órganos a cinco niños.

Madrugada de finales de julio. En un hospital a tiro de avión de Barcelona ofrecen un hígado de un donante fallecido de unos 14 años. Vall d’Hebron moviliza a uno de sus equipos de guardia de trasplante­s infantiles y envía a dos cirujanos, una enfermera perfusioni­sta –experta en la preparació­n de órganos– y una enfermera instrument­ista. En Barcelona avisan a un niño de la misma edad e igual tamaño –algo esencial junto con la histocompa­tibilidad en el trasplante infantil; los órganos tienen un margen del 20% de más o de menos calibre–. Lleva esperando meses un hígado, porque el suyo ya no le deja ni ir a clase. A las 5 de la mañana llegaba la ambulancia. El equipo de extracción había avisado de que el órgano servía.

La coordinado­ra de Donación y Trasplante­s del materno infantil, Teresa Pont, esperaba desde hacía unas horas el momento para hablar con los padres de un niño de tres años que acababa de morir en un accidente. “El dolor lo ocupa todo, te bloquea. Con el paso de las horas, te llegan los recuerdos, sus abrazos, sus risas. Es entonces cuando puedes pensar”. La doctora Pont sabía que en el mismo edificio había dos niños en espera 0. No tenían margen alguno. Si no había un posible trasplante, morían. Una niña de 3 años por el fallo de sus pulmones y un niño de casi 6 por el de su corazón. Y hablaron con aquellos padres destrozado­s. Hay un donante. “Y se produjo el milagro que conocemos los de trasplante­s: acababan de perder lo más querido, con un dolor indecible y es justo entonces cuando deciden que ellos pueden paliar el dolor de otras madres también al borde de la peor pérdida de sus vidas”, explica Pont. El problema es que tenían dos de los tres equipos de guardia para trasplante ya en marcha con el de hí- gado. Pero la donación de ese pequeño era un chispazo de suerte única para esos otros dos críos sin tiempo, del mismo peso que el fallecido, y para otros dos pacientes que esperaban su oportunida­d en casa (uno de riñón, otro de hígado y riñón). Respuesta instantáne­a. Comienza entonces una actividad frenética para movilizar a todos los cirujanos de trasplante­s (de hígado, pulmón, riñón, corazón) especialis­tas de cuidados intensivos, reanimació­n y anestesia, más los de laboratori­o, urgencias, microbiolo­gía, radiología, responsabl­es de enfermería de todas las áreas del infantil, de celadores... “Unos noventa”, resume Pont. Algunos durmiendo, algunos de vacaciones. Así empezó la operación de coordinaci­ón quirúrgica más compleja a la que estos equipos se habían enfrentado nunca. Según la Organizaci­ón Nacional de Trasplante­s (ONT) han marcado un hito. Es la primera vez que un hospital pediátrico realiza un volumen similar de trasplante­s en diferentes receptores en un plazo tan corto. Veintiocho horas, de madrugada a madrugada. “Todo el mundo se volcó”. Encaje de bolillos. Los cinco quirófanos del hospital infantil se activaron. En uno de ellos se extraían los órganos del donante y a su lado uno de los receptores ya estaba preparado para recibir el órgano con la mínima isquemia. “Los pulmones aguantan de 8 a 10 horas, los corazones, 6 a7, y los riñones hasta 12 horas, pero si es inmediato el traslado es una gran ventaja para el receptor”, aclara Pont. Los preparativ­os tampoco son coser y cantar. Los niños son muy pequeños y sus vasos sanguíneos, también. Y además están muy malitos. Todo es tarea delicada. Un trasplante necesita unas quince personas para llevarse a cabo. Lograron reunir a casi un centenar (la mitad están en la foto de arriba). Trabajaron por turnos, algunos se fueron a descansar y volvieron para seguir. “A nosotros nos lo insinuaron por la noche, cuando reclamamos porque no traían la cena de Jorge, que había empezado a comer justo esos días”, explican los padres del receptor del corazón. “A las 7 de la mañana entró en quirófano y hasta las 2,30 o las 3 no tuvimos noticia alguna. Estábamos sorprendid­os y angustiado­s porque otros padres que habían pasado por un trasplante nos contaron que salían cada hora a informar, que tranquilos, y en la sala de quirófanos estábamos varios padres igual. ¡Y resulta que no podían! Nuestro cirujanos estaban en tres trasplante­s a la vez y parte del equipo venía de otro. Por fin salió una doctora a explicarno­s que iba todo bien y que no podían salir antes por esta situación extraordin­aria”. Seis órganos, cinco niños. Así se completó el efecto buscado por esos padres que acababan de ver morir a su niño de 3 años. Otra niña de 3 años con los pulmones sin apenas funcionami­ento pudo ser trasplanta­da in extremis ese día –ya era de día– con unos órganos

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ANA JIMÉNEZ

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