El top manta es política
La ocupación subterránea de la plaza Catalunya de Barcelona por parte de vendedores del top manta es un espectáculo impactante. Confluyen allí varios elementos de actualidad, como el problema de la inmigración africana a países europeos, la competencia desleal entre piratería guerrillera y comercio tradicional, y el dilema de si las autoridades deben aplicar las leyes a rajatabla o tolerar una actividad que se repite en todas las ciudades turísticas. Que sepamos dónde y cuándo podemos encontrar a estos vendedores ilegales significa que las autoridades han optado por no intervenir. La actividad, sin embargo, tampoco está tolerada. Basta observar a los vendedores para ver que actúan con una tensa mezcla de expectativa depredadora de venta y de control visual de las vías de escape. Gestión del espacio: una sábana sobre la que se exponen los productos, que se cierra gracias a una cuerda que se contrae si asoma la policía. Sólo hace falta un gesto retráctil para recoger el género y, a partir de allí, maricón el último. En cada puesto hay un vendedor y un vigilante. Son africanos y suelen conocerse, un hecho que, más allá del multiculturalismo de boqui- lla, invita a pensar que, en Barcelona, la diversidad reparte de un modo pintoresco su pastel ilegal.
Los productos expuestos van desde bolsos, carteras y gafas de sol de imitación a camisetas de clubs de fútbol con un sentido ecuménico de la oferta: Messi, Neymar y Cristiano. La prueba de que los productos tienen salida: veo a un turista escandinavo probándose una camiseta del Barça delante de su mujer y sus hijos sin expresar ningún remordimiento por no cumplir la legalidad. El precio es, en este caso, el motor de la anécdota. Que el cliente acepte peor calidad pero mejores condiciones de plusvalía se explica: la diferencia entre el precio legal y el del top manta son 65 euros. Subiendo por la escalera mecánica que lleva a Canaletes, asisto a un debate coherente con el karma de una fuente que ha inspirado tantas discusiones. Un hombre cuestiona este comercio de emboscada. Y una chica le responde que prefiere ayudar a un inmigrante con dificultades que contribuir a los beneficios de una multinacional. “La gente que compra aquí tampoco puede pagar los productos originales”, añade. Conclusión: el top manta tiene ideología. Sólo así se explica que siga sobreviviendo entre la ilegalidad y una falsa tolerancia que de vez en cuando monta redadas arbitrarias para contentar las legítimas protestas de los comerciantes, sometidos a las duras exigencias fiscales del mundo legal. Unas redadas que acaban siendo simulacros de impotencia o hipocresía. Porque ni los gestores de las leyes están dispuestos a pagar el coste electoral de reprimir una ocupación tan flagrante del espacio público ni nosotros podemos pagar los impuestos que costaría un sistema judicial, policial y penitenciario capaz de controlar eficazmente una actividad que contiene elementos de supervivencia desesperada pero también códigos de industria delictiva y la explotación descontrolada de personas vulnerables.
Veo a un turista escandinavo probándose una camiseta del Barça delante de su mujer