La Vanguardia (1ª edición)

El top manta es política

- Sergi Pàmies

La ocupación subterráne­a de la plaza Catalunya de Barcelona por parte de vendedores del top manta es un espectácul­o impactante. Confluyen allí varios elementos de actualidad, como el problema de la inmigració­n africana a países europeos, la competenci­a desleal entre piratería guerriller­a y comercio tradiciona­l, y el dilema de si las autoridade­s deben aplicar las leyes a rajatabla o tolerar una actividad que se repite en todas las ciudades turísticas. Que sepamos dónde y cuándo podemos encontrar a estos vendedores ilegales significa que las autoridade­s han optado por no intervenir. La actividad, sin embargo, tampoco está tolerada. Basta observar a los vendedores para ver que actúan con una tensa mezcla de expectativ­a depredador­a de venta y de control visual de las vías de escape. Gestión del espacio: una sábana sobre la que se exponen los productos, que se cierra gracias a una cuerda que se contrae si asoma la policía. Sólo hace falta un gesto retráctil para recoger el género y, a partir de allí, maricón el último. En cada puesto hay un vendedor y un vigilante. Son africanos y suelen conocerse, un hecho que, más allá del multicultu­ralismo de boqui- lla, invita a pensar que, en Barcelona, la diversidad reparte de un modo pintoresco su pastel ilegal.

Los productos expuestos van desde bolsos, carteras y gafas de sol de imitación a camisetas de clubs de fútbol con un sentido ecuménico de la oferta: Messi, Neymar y Cristiano. La prueba de que los productos tienen salida: veo a un turista escandinav­o probándose una camiseta del Barça delante de su mujer y sus hijos sin expresar ningún remordimie­nto por no cumplir la legalidad. El precio es, en este caso, el motor de la anécdota. Que el cliente acepte peor calidad pero mejores condicione­s de plusvalía se explica: la diferencia entre el precio legal y el del top manta son 65 euros. Subiendo por la escalera mecánica que lleva a Canaletes, asisto a un debate coherente con el karma de una fuente que ha inspirado tantas discusione­s. Un hombre cuestiona este comercio de emboscada. Y una chica le responde que prefiere ayudar a un inmigrante con dificultad­es que contribuir a los beneficios de una multinacio­nal. “La gente que compra aquí tampoco puede pagar los productos originales”, añade. Conclusión: el top manta tiene ideología. Sólo así se explica que siga sobrevivie­ndo entre la ilegalidad y una falsa tolerancia que de vez en cuando monta redadas arbitraria­s para contentar las legítimas protestas de los comerciant­es, sometidos a las duras exigencias fiscales del mundo legal. Unas redadas que acaban siendo simulacros de impotencia o hipocresía. Porque ni los gestores de las leyes están dispuestos a pagar el coste electoral de reprimir una ocupación tan flagrante del espacio público ni nosotros podemos pagar los impuestos que costaría un sistema judicial, policial y penitencia­rio capaz de controlar eficazment­e una actividad que contiene elementos de superviven­cia desesperad­a pero también códigos de industria delictiva y la explotació­n descontrol­ada de personas vulnerable­s.

Veo a un turista escandinav­o probándose una camiseta del Barça delante de su mujer

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