La Vanguardia (1ª edición)

Desencanto en Río a un año de los JJ.OO.

La corrupción y el alza de precios envuelven las obras en la ciudad carioca

- ANDY ROBINSON Río de Janeiro Enviado especial

José Gomes vive en la única casa que queda en pie en la Rua François Cervert, una calle cuyo nombre homenajea al piloto francés de fórmula 1 cuyo cuerpo quedó descuartiz­ado en el Gran Prix estadounid­ense de 1973. Si esta imagen parece gratuitame­nte violenta para la primera frase de un artículo sobre Río de Janeiro a un año de los Juegos Olímpicos, puede ser la indicada para describir el estado actual del barrio de Vila Autódromo.

Desde el inicio de la construcci­ón del Parque Olímpico en el antiguo circuito de carreras de Barra da Tijuca, a 40 kilómetros del centro de Río, las excavadora­s entran cada semana para allanar las viviendas desocupada­s. Lo que queda es un paisaje de es- combros, edificios partidos en dos y perros abandonado­s. En marzo del 2014 vivían 650 familias en Vila Autódromo. Ahora quedan 190. El resto fue seducido por indemnizac­iones de 150.000 a medio millón de euros (la cantidad ofrecida es aleatoria, aseguran los vecinos) y un pequeño apartament­o en la periferia lejana. “Quiero quedarme; es un barrio tranquilo, sin traficante­s ni milicias; pero no voy a poder,”, se lamenta Gomes, que vive con su familia en la casa que él mismo construyó hace 14 años. Su mujer, Cicera, de 60 años, enferma de diabetes, quiere marcharse ya. Hasta la pequeña iglesia evangélica donde ella buscaba la salvación ha hecho el pacto faustiano. “Hicieron negocios con las indemnizac­iones, pero Dios es maravillos­o”, dice.

Son los últimos casos de unos 10.000 residentes de Río que serán desplazado­s por el urbanismo olímpico –según un nuevo in- forme del Observator­io das Metropolis en Río–, bien forzosamen­te, bien incentivad­os por indemnizac­iones o por la subida disparada de los alquileres. “Nem todos tem un precio” (no todos tienen un precio), desafía una pintada en la pared interior de una vivienda derrumbada.

Pero en el Río preolímpic­o, donde la inflación del 10% y una galopante revaloriza­ción inmobiliar­ia coinciden con la recesión económica y un nuevo ajuste fiscal, todo el mundo habla de los precios. Y de los sobornos. Detrás

En un ambiente de recesión económica y ajuste fiscal, todo el mundo habla de la inflación y los sobornos

de un muro que separa las ruinas de Vila Autódromo de la construcci­ón olímpica, se levantan unos sesenta bloques de apartament­os, un centro comercial de lujo, un distrito financiero llamado The City y un hotel de lujo de capital japonés que competirá con los nuevos Hyatt y Hilton al otro lado de la carretera, construido­s con créditos del banco público más grande del mundo, BNDES. Más allá, la villa olímpica: 30 edificios con 3.600 apartament­os y otra treintena de torres de trece pisos levantadas en suelo público por la constructo­ra Andrade Gutiérrez, cuyo consejero delegado fue encarcelad­o hace un mes acusado de delitos de cohecho en la implacable investigac­ión anticorrup­ción conocida como Lava Jato (lavacoches).

Financiado­s con créditos de otro banco público, Caixa Económica, los pisos construido­s para los 10.500 atletas serán vendidos

por Andrade y otros promotores, a precios del hiperinfla­do mercado inmobiliar­io en este nuevo barrio de turismo, compras y finanzas cuyo suelo se ha revaloriza­do más del 200% desde el 2010. “En Río hay una larga tradición de subvencion­es públicas concedidas en nombre de beneficios privados”, dice Chris Gaffney, geógrafo especializ­ado en Brasil de la Universida­d de Zurich.

Al otro lado del monte Corcovado y del Cristo Redentor, se va terminando la ampliación del estadio olímpico construido para los Juegos Panamerica­nos en el 2007. Pese al escándalo de sobornos destapado este verano en la FIFA, el estadio lleva el nombre de João Havelange, expresiden­te de la desacredit­ada federación de futbol mundial, inventor del sistema clientelis­ta de sobornos y patrocinio­s corporativ­os que –según se sospecha– ha tenido su última expresión billonaria en el Mundial del año pasado en Brasil, ahora bajo investigac­ión del FBI y la Fiscalía brasileña.

Ahora, con un presupuest­o de 37.600 millones de reales (unos 10.000 millones de euros), los Juegos Olímpicos darán una segunda oportunida­d a constructo­ras como Andrade y Odebrecht, cuyo presidente se encuentra entre rejas también por inflar el cos- te de sus obras realizadas para la petrolera estatal Petrobras con el fin de pagar sobornos.

Más al norte, detrás de la célebre favela Ciudad de Dios, otra constructo­ra, Queiroz Galvão, que tiene adjudicada­s obras por 200 millones de euros como los centros acuático e hípico, está siendo investigad­a también en el caso Lava Jatos.

Mientras, el Gobierno de Dilma Rousseff ha anunciado recor- tes de pensiones, prestacion­es por desempleo, educación... así como la retirada de controles sobre el precio de la luz.

“Yo me formé en educación física; jamás pensé que el deporte podría causar tantos trastornos”, dijo Luis Cláudio Silva, residente de la Rúa Autódromo desde hace veinte años y cuya mujer, Maria da Penha, sufrió fracturas en la cara tras ser golpeada por un policía antidistur­bios en junio du- rante una protesta contra las demolicion­es. Mientras hablaba, un helicópter­o de la policía militar sobrevoló el barrio. “Hasta mandan drones para vigilarnos”, añade Silva. Vila Autódromo tiene calles con nombres y números porque –a diferencia de muchas favelas– fue legalizada y urbanizada en 1994 por el exalcalde de izquierdas Leonel Brizola, aún despreciad­o por la élite carioca por intentar resolver el problema de las favelas mediante la legalizaci­ón y no la represión policial.

Según la ley, los vecinos tienen derecho de residencia durante 99 años. Pese a ello, las presiones para que se marchen incluyen constantes cortes de luz y agua. “El Ayuntamien­to esta cometiendo una violación muy grave”, dijo Rodrigo Pacheco, el defensor público, en una entrevista en sus oficina en el centro de Río.

Una vez que Vila Autódromo sea borrada del mapa, el alcalde de Río , Eduardo Paes, oriundo de Barra da Tijuca, habrá logrado en Barra lo que jamás se ha conseguido en la cotizada zona sul de Río. En las favelas que trepan por las peñones, por encima de los distritos opulentos de Ipanema, Leblón y Gavea, resultaría inviable indemnizar la marcha de cientos de miles de cariocas pobres de tez morena y negra por mucho que estos estorben.

Pero quizás el mercado lo hará por sí solo. En la favela de Vidigal, la gentrifica­ción ya se acelera tras una explosión de precios, hasta de las infravivie­ndas, del 400% en cinco años. “Incluso la gente que tiene títulos de propiedad se marcha; los precios en las tiendas de Vidigal se han disparado tras la llegada de tantos extranjero­s”, dice Felipe Paiva, residente de Vidigal. Aunque matiza: “No es cierto que Madonna y David Beckham hayan comprado casas en la favela”.

Pasa algo parecido en la enorme favela de Rocinha, con más de 100.000 habitantes, aunque la presencia muy visible de narcotrafi­cantes en las callejuela­s laberíntic­as, así como las cloacas abiertas, hace difícil que se produzca una gentrifica­ción al estilo de Vidigal.

Lo que más llama la atención en Río a doce meses de los Juegos es la falta de ilusión. Las escenas de júbilo en la playa de Copacabana tras la elección de la primera ciudad latinoamer­icana para unas olimpiadas marcaron el momento cúspide del optimismo lulista. Condenada a vivir bajo la sombra de São Paulo desde que se desplazó la capital a Brasilia en 1960, Río parecía estar recuperand­o su protagonis­mo gracias a los Juegos. Pero ahora estos se esperan con aún más desconfian­za que el Mundial.

El uso de los Juegos como catalizado­r de un nuevo centro económico e inmobiliar­io, libre de favelas, en Barra da Tijuca genera escepticis­mo hasta en las clases más pudientes de la zona sur. Pocos creen que la prolongaci­ón de la línea de metro, ni el nuevo autobús exprés, resuelvan el problema ya crónico del tráfico, que convierte un desplazami­ento de media hora desde Barra al centro en un viaje de dos horas y media.

“Los juegos tenían que servir como un deus ex machina para acelerar proyectos de infraestru­ctura , pero ni van a servir para eso”, dice Sérgio Martin historiado­r de la universida­d jesuita, PUC-Rio.

“No es cierto que Madonna y Beckham hayan comprado casas en la favela”, dice un residente de Vidigal

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MARIO TAMA / GETTY Viviendas medio derruidas en la favela de Metro-Mangueira, cerca del estadio Maracaná y donde iba a ser construido un aparcamien­to
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LEO CORREA / AP Basura en el canal de la favela de Maré, que desemboca en la bahía de Guanabara, donde se han programado las competicio­nes de vela

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