¿Caerá el cielo sobre las cabezas?
Por primera vez apechugamos un agosto preelectoral: nunca se habían celebrado elecciones en septiembre. Bastaría este solo hecho para politizar las vacaciones, si no estuviéramos ya hiperpolitizados por mil causas, aunque de manera particular en torno a la hipótesis de la independencia. Desde la gran manifestación del 2012, el termómetro emocional del soberanismo sube sin parar. Solamente una vez se ha enfriado. En los últimos meses: los que van del simulacro de referéndum del 9-N hasta la apoteosis del acuerdo por la lista conjunta. La apoteosis era comprensible (es evidente que Junts pel Sí ganará las elecciones con claridad). Pero quizás exagerada: que gane con claridad no quiere decir que tenga fuerza suficiente para implementar el cambio excepcional que propugna.
No sabemos qué pasará, si esta corriente tan optimista, a pesar de vencer, no encuentra la salida esperada. Es una corriente acostumbrada al éxito: llenará la Meridiana el día 11 como ha superado con creces todos sus grandes retos. Por otra parte, cuando los datos no han concordado con el re-
Ni caerá maná del cielo, ni vendrá el apocalipsis: después del 27-S, se hará política
lato del éxito (europeas, simulacro de referéndum, municipales) siempre ha encontrado excusas para justificarse. Esta vez, sin embargo, no habrá excusa posible: ¿Y si su victoria es corta y, por lo tanto, insuficiente? No creo que se tiren al monte (por más que la CUP les invite a ello). ¿Se sentirán impotentes? ¿Llevarán ceniza en la frente dando por hecha la desaparición de Catalunya? No estoy ironizando. Este es, literalmente, el discurso de los líderes. Mas: “Si la desaprovechamos [la ocasión] nos pasarán por encima sin misericordia”. Forcadell: “Si perdemos esta oportunidad, vendrá la decadencia”. Y el flamante Romeva: “Ya no hay margen para rebobinar”. Con franqueza, son muchos, ciertamente, los catalanes partidarios de la independencia, pero son muchos más (y, entre ellos, la mayoría de independentistas) los que no comparten el dilema “patria o muerte”. Nadie se bañaría ahora tranquilamente en Calafell o Platja d’Aro si creyera que la patria se juega la vida dentro de un mes y medio. Nadie pasearía, ahora mismo, por las murallas de Dubrovnik o por el malecón de La Habana si pensara que la suerte definitiva del país está echada..
Tiempo habrá, en este mes de agosto, para ir hablando de elecciones, pero quería empezar echando un poco de agua (fresca, eso sí) al vino del tremendismo. ¡Se abusa tanto del tremendismo (también en el otro lado, por supuesto)! El día 27 votaremos y la vida continuará como siempre: con cambios y permanencias. Ni caerá maná del cielo, ni vendrá el apocalipsis. Después del 27-S, se hará política. Los que ganen negociarán lo que puedan con el Gobierno de Madrid que salga de las generales de fin de año. Así es cómo va pasando, normalmente, la vida. Salvo que, como creían Obélix y sus galos, el cielo caiga sobre nuestras cabezas.