La Vanguardia (1ª edición)

“Los nietos de la guerra pedimos justicia”

El banco de ADN de la Guerra Civil da esperanzas a parientes que buscan desapareci­dos

- ANTONIO CERRILLO Barcelona

Roger Heredia, 31 años, está acostumbra­do a husmear en las huellas que deja el crimen. Trabaja en la policía científica de los Mossos, concretame­nte en la unidad de inspeccion­es oculares. Por esa misma ansia de indagación, siempre le ha interesado saber todo lo que rodeó la trágica desaparici­ón de su bisabuelo, Jaume Guinau Estivill, víctima de un mortero cuando luchaba en los estertores de la batalla del Ebro, entre la sierra de Pàndols y la sierra de Cavalls, entre Corbera y Pinell de Brai. Nunca se recuperó su cadáver.

Heredia es uno de los promotores del banco de ADN de la Guerra Civil creado por la Universita­t de Barcelona, y que fue presentado ayer. En este banco se recogen las muestras de ADN de personas que buscan restos de algún familiar desapareci­do y que podrían estar en alguna de las 344 fosas comunes que oficialmen­te hay en Catalunya.

Roger Heredia creció escuchando la historia de la muerte y la desaparici­ón de su antepasado Jaume Guinau, contada por su abuela (hoy con 84 años), que era una niña de la guerra de cuatro año cuando sucedió aquello. El agricultor Jaume Guinau, natural de Torre de l’Espanyol (Ribera d’Ebre), fue llamado al frente del Ebro en el bando republican­o y murió. Sin dejar rastro.

El final de la batalla del Ebro fue muy dura. El grupo de soldados estaba en una cueva o en una trinchera cuando Guinau salió corriendo en un intento de huir de un bombardeo, aunque un mortero lo alcanzó. Los servicios médicos lo cogieron y se lo llevaron. Así lo explicaron los testimo- nios de los soldados que sobrevivie­ron. Pero los familiares no supieron nada más.

Intrigado por aquel final abrupto, Heredia empezó a escudriñar en la memoria de aquel antepasado omnipresen­te en los recuerdos. En el 2008, su tía, hermana de su madre, acudió a un acto organizado por el Memorial Democràtic y dio de alta al bisabuelo en el registro de la Generalita­t de personas desapareci­das en la guerra. La Administra­ción catalana le contestó que lo habían buscado en todos los archivos pero no se pudo averiguar nada sobre él. Luego, el joven entró a formar parte de la policía científica de la Generalita­t y en el año 2010 asistió a una charla del Memorial Democràtic en Barcelona. Allí conoció, entre el público, a Marc Antoni Malagarrig­a, que buscaba a su vez a Guillem, su tío, un prófugo de la guerra natural del Bergueda. Ambos intercambi­aron opiniones y coincidier­on en que los avances en materia de ADN podían ayudarles a encontrar a los desapareci­dos de la guerra civil española.

Roger Heredia y su compañero Marc Antoni Malagarrig­a decidieron que debían actuar rápido porque los familiares más directos de los desapareci­dos estaban muriendo a edad avanzada. Han pasado 75 años. Es gente que tiene ya 80 o 90 años. “Si ahora no se cogen muestras de ADN y las personas mueren, la muestra habrá desapareci­do. Por eso, vimos que debíamos trabajar deprisa y corriendo”, dice. Fue así como entraron en contacto con el departamen­to de genética forense de la Universita­t de Barcelona, con la doctora Carme Barrot, que les confirmó que su plan era posible, aunque lógicament­e se necesitaba­n las muestras de referencia de los familiares. Así nacería el banco de ADN de la Guerra Civil de la Universita­t de Barcelona.

“El problema que hay es que los familiares directos de aquellos desapareci­dos han ido muriendo, y cuanto más se alejen las muestras de referencia de las de los familiares desapareci­dos, más complicado será identifica­rlos”, añade Roger Heredia.

La misión del banco de ADN es recoger el máximo número de muestras de familiares de los desapareci­dos (ahora ya dispone de 71 en total, confirmó ayer la doctora Barrot). En Catalunya hay registrada­s 4.600 familias que han dado de alta a su familiar como desapareci­dos en el censo único de la Generalita­t.

Para formar parte del banco de ADN es necesario extraer una pequeña muestra de sangre a los parientes de la persona desapareci­da. Una parte del extracto seco de la sangre en donde está el ADN purificado se guarda a -75 grados centígrado­s en el laboratori­o de genética forense de la UB, dirigido por el doctor Manuel Gené, y otra se libra a los interesado­s, junto con la documentac­ión que lo acredita. El familiar debe pagar 150 euros. Con el material recogido, se podrá cotejar el ADN y compararlo con los restos que puedan recuperars­e de las fosas comunes. Aunque para ello, se necesitará­n que las fosas comunes sean abiertas.

“La idea es obtener estas muestras, guardarlas y conservarl­as mientras se espera que se den las autorizaci­ones para comenzar a actuar para poder abrir las fosas comunes y poder analizar y cruzar los datos”, dice la doctor Came Barrot, responsabl­e del labo- ratorio de genética forense de la UB. Barrot calcula que en un año –a razón de 20 o 30 por semana– se podría extraer ADN a más de 4.000 familias catalanas que buscan a sus desapareci­dos, y ha añadido que, pese a haber pasado 75

Se recogen muestras de ADN para cotejarlas con parientes enterrados en las fosas Roger Heredia, uno de los promotores de la iniciativa, es un mosso de la policía científica “Los familiares directos van muriendo y conviene tener su muestras de ADN”

años, se puede encontrar material genético en buen estado. “Cuando los expertos, como arqueólogo­s, historiado­res, antropólog­os y forenses, empiecen a abrir estas fosas y cuando ellos lo determinen, podremos utilizar

El extracto seco de sangre se guarda a -75 grados en un laboratori­o de genética

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Heredia muestra a su bisabuelo desapareci­do, Jaume Guinau, a su bisabuela, y a su abuela Roser Guinau

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