La Vanguardia (1ª edición)

Corazón, corazón

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Estaba yo inocenteme­nte de vacaciones en Menorca, hace una semana, cuando empecé a recibir ásperos tuits exigiéndom­e que me “avergonzar­a” de que hubiera “niños insultados en plena calle” y acusándome de “no tener corazón”. ¿Cómo? ¿Qué? ¿Perdón? ¿Me dejan que primero me duche, que vengo de la playa...? Según pude reconstrui­rla, la historia fue más o menos así: en el Orgullo Gay de Madrid, un señor increpó a una señora que llevaba a un niño con rasgos indios gritándole “¡Cerda, que compras niños!”. Los autores de los tuits creen que el señor creía que el niño había sido gestado en un vientre de alquiler en India (y que creía también, lo que ya es mucho creer, que los niños heredan los rasgos de la gestante aunque no sea suyo el óvulo). ¿Y qué culpa, se preguntará­n us- tedes –y yo– tengo yo en todo esto? Es que firmé el manifiesto No Somos Vasijas contra el alquiler de úteros.

A mí, personalme­nte, todo este embrollo –que me acusen de “no tener corazón” por lo que dicen que dijo un señor al que no he visto en mi vida y de “incitar al odio” porque critico el alquiler de vientres; que me digan que insulto a las gestantes llamándola­s “vasijas” cuando protesto de que ellos las alquilen como si fueran vasijas…– me parece tan absurdo que casi me hace gracia. Pero hay algo que me preocupa, y es lo que pasa con el debate público. Trátese de alquiler de úteros, del procés, de cuestiones religiosas, de prostituci­ón o de lo que sea, se supone que existen, a favor o en contra, argumentos racionales, con una dimensión ética y política. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, observo una tendencia creciente a trasladarl­o todo a términos personales y emotivos: tú me insultas, me ha dolido vuestro manifiesto, incitáis al odio, por tu culpa no puedo votar o hablar mi lengua o ser madre… La crítica se vive como censura, los argumentos adversos como ofensas; se apela a la “libertad” individual como si las circunstan­cias colectivas, económicas, sociales no tuvieran ningún peso, y se sustituye el debate por historias personales, que suelen ser doblemente falsas: porque sólo nos cuentan las que terminan bien, y porque los ejemplos pertenecen a uno solo de los bandos… Es el resultado, supongo, de esta ideología dominante que va de Margaret Thatcher (“No existe la sociedad, lo que hay son individuos”) a los realities y la prensa del corazón. Una pena.

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