El planeta Pantoja
Se suele decir que la realidad supera la ficción pero, ¿qué pasa cuando la realidad es una forma artificial e inducida de ficción? Con una crueldad pedagógica y quirúrgica, la serie UnReal plantea situaciones basadas en hechos reales que reproducen las interioridades de un reality show con multitud de tramas sensacionalistas. ¿El interés del argumento? Que el espectador viva las miserias de los concursantes pero también de los que trabajan en el espectáculo, en la vieja tradición de la metaficción y de borrar las fronteras entre platea y escenario. PANTOJA ‘WAY OF LIFE’. La realidad artificial de los reality de verdad nos proporciona una sustancia mucho más sórdida e imprevisible. Isa Chavelita Pantoja ha vuelto de Supervivientes (Telecinco) y su regreso ha propiciado la exaltación del abandono y la discordia familiar idónea para fortalecer la musculatura de las franquicias de Sálvame. Nadie debe sorprenderse de la utilización que la familia Pantoja hace de sus circunstancias. Se trata de una tradición ancestral. Los ingredientes de la estirpe son tan inverosímiles, que, acumulados en el guion de una serie de ficción, serían descartados por exceso de extravagancia. En la irreal realidad televisiva, en cambio, no sólo funcionan sino que, por acumulación, siempre consiguen multiplicar las tramas y provocar, por vía hereditaria, situaciones inimaginables. THE NEW GENERATION. Ahora uno de los personajes que explotar es Dulce. Es la abnegada niñera que se ha ocupado toda la vida de Isa y que, cuando la ve (enmarcada por el despliegue de cámaras que certifica el reencuentro), la abraza emocionada. La escena acaba siendo una exhibición de afecto y de besuqueos tan melodramáticamente compulsiva que invita más a llamar a la policía que a emocionarse. A Dulce tenemos que situarla en uno de los centros concéntricos que rodean el núcleo del planeta Pantoja. Son los mismos agujeros vagamente negros donde, en otros tiempos, pululaban meteoritos mediáticos como Pepi Valladares, una asistenta con ínfulas de diva del
Los ingredientes de la estirpe son tan inverosímiles que, acumulados en el guion de una serie, serían descartados
karaoke, o Fosky, un chófer con aires de conspirador. La autenticidad dramática y antropológica de los Pantoja es incuestionable y, si viviéramos en un país civilizado, sería considerada Patrimonio Nacional o, cuando menos, marca España fetén. En el origen cósmico del fenómeno hay una gloria de la tauromaquia corneada en acto de servicio (Paquirri), una cantante folklórica de carácter y ambición carnívoros, actualmente encarcelada (Isabel), un hijo natural convertido en disc-jockey posreggaetónico (Kiko) y una hija adoptada, Isa, que ha decidido independizarse y sumarse al negocio familiar de la intimidad remunerada. ¿Cómo? Con, en pocos meses, las credenciales de un primer amante de hormona semental (Alberto Isla), un hijo fácilmente instrumentalizable y una determinación implacable para ser absorbida por Industrias Telecinco. Pero el gran mérito de esta empresa familiar es que permite la pervivencia de pequeñas industrias adosadas, como la de parientes como el tío Agustín o la sobrina Anabel o la de autónomos y parásitos que, con condescendencia elitista, furor de impostura empática o entusiasmo y aspavientos viperinos, vivimos de comentar todas sus miserias.