La Vanguardia (1ª edición)

Ada Colau

- JOAN DE SAGARRA

Pobre Ada Colau. Pocas horas después de llorar, emocionada, en la tele, viéndose ya como futura alcaldesa de Barcelona, leo en los papeles que hay quien la compara con Alejandro Lerroux y también quien la identifica con Joan Pich i Pon. Me pregunto que tendrá que ver Ada Colau con “don Lacandru”, aquel político que abogaba por dejar preñadas a todas las monjas, desde Lucía Caram hasta Teresa Forcades, sin excepción. Francament­e, no le veo ningún parentesco, a menos que no sea aquel rumor que corría entonces de que don Alejandro había sido enviado desde Madrid a Barcelona para acabar con el dichoso nacionalis­mo de los catalanes, lo cual me parece un disparate.

¿Y Pich i Pon? ¿Qué diablos tiene que ver Ada Colau con un hombre de negocios, propietari­o de periódicos, alcalde de Barcelona y gobernador de Catalunya, vinculado con el negocio del estraperlo?

Pobre Ada Colau. Poco después de que el alcalde Trias aceptase su derrota y la felicitase como futura alcaldesa de la capital catalana, ya había quien cuestionab­a su victoria. “Dar por hecho que 11 concejales sobre 41 hacen a alguien alcalde es matar la política”, escribía Pilar Rahola en este diario. Cierto, pero no es menos cierto que esos 17.000 votos y un concejal de más que separan a Colau de Trias, a pesar de ser una distancia corta, resulta ser a la vez larguísima. Trias lo sabía, y la señora Rahola también, aunque no se resignaba a aceptarlo. La señora Rahola no ve al alcalde Trias en la oposición –un hombre de 69 años frente a una “rumbera” de 41–, sólo le ve como alcalde, alcalde de la capital de la futura república catalana. Y es que, en clave independen­tis- ta, la victoria de Barcelona en Comú, una formación que se declara partidaria del derecho a decidir, pero que no se moja (aunque Colau votó sí-sí el pasado 9 de noviembre), es un verdadero desastre. Ya lo dijo el president Mas: “Si Barcelona nos da la espalda, no saldremos adelante”.

Ada Colau no lo tendrá nada fácil, y ya hay quienes auguran que no podrá finalizar su mandato. Sin embargo, también los hay, y son muchos, que se alegran de su victoria. La imagen de una futura alcaldesa que sigue yendo en metro y que en la noche del miércoles recorría el Raval interesánd­ose por los sintecho que duermen en la calle resulta muy gratifican­te. Porque no es una imagen falsa: la mujer es así, hace y dice lo que siente. Mi amigo Simón, el camarero napolitano del Navarra, ve en la aparición de la señora Colau “un poco de humanidad, por fin un poco de humanidad”. Exagera, claro está, pero no hay que olvidar que en plena campaña electoral, el alcalde Trias, en conversaci­ón con Mònica Terribas, calificaba a Colau de “bona actriu”, de puro teatro.

En las terrazas de mi barrio se ha hablado mucho de la futura alcaldesa a lo largo de esta semana. Prácticame­nte no se ha hablado de otra cosa. Los había muy cabreados: los que habían votado a Trias y, como la señora Rahola, no aceptaban la derrota. Luego había los del “voto útil”, no menos cabreados, como aquel que había votado a Collboni para que pactase con Trias en el caso de que Colau saliese victoriosa. “¿Y por qué no votaste directamen­te a Trias?”, le dijo uno. “Porque me cae gordo”, le respondió. Pocos, muy pocos votaron a Colau. Uno de ellos, un jubilado sentimenta­l e indeciso hasta el último minuto, acabó inclinándo­se por la joven mujer que luchaba por evitar que la gente se viese obligada a abandonar su vivienda. Se trata de aquel mismo individuo que, aunque no es independen­tista, votó sí–sí el 9-N. Lo hizo por sus hijos, porque sus hijos sí son independen­tistas, y ahora los hijos, que han votado a Trias, se lo echan en cara. Y él me dice: “Que se jodan. Esas eran unas elecciones municipale­s en las que uno vota a quien mejor le parece. Y si se ponen pesados, el 27-S, si es que hay elecciones, lo mismo voy y voto a la Pasionaria”.

Curiosamen­te, son las mujeres las que peor hablan de Colau. Una de ellas dice que “carece de maneras, de buenas maneras”. “Se queja, dice, de que el president Mas todavía no la ha felicitado, cuando es ella la que debería llamarle, no para exigirle el dinero que la Generalita­t le debe al Ayuntamien­to, sino para ponerse a su servicio”.

Otra señora, abuela y puñetera, cuenta los días que faltan para que la futura alcaldesa “descubra lo que es el poder y acabe metiendo la mano en la hucha”. Para la señora, política y corrupción son la misma cosa, y no admite que una mujer “aparenteme­nte decente” como la Colau se haya dejado tentar por la política. Por cierto, yo también voté a Ada Colau. No por convicción. Fue por simpatía, porque no deja de ser una novedad, no necesariam­ente folklórica, y, en definitiva, porque soy un irresponsa­ble. Siempre lo he sido y hasta ahora no me ha ido del todo mal.

P.S. El jueves fui al hospital de Sant Pau, que últimament­e se ha convertido, como quien dice, en mi segunda morada. En la entrada sigue visible el cartel que reza: “Sant Pau diu prou!”. El personal se ha reducido y las colas se eternizan, pero las enfermeras siguen siendo un encanto. Y después de que te hayan pinchado siempre te queda el consuelo de sentarte en la terracita de El Niu de Sant Pau (Sant Quintí, 120) a fumarte un purito y tomarte un Cardhu, un malta escocés de 12 años, que te sirve, generosame­nte, otro encanto de moza. Un Cardhu por ¡3,50 euros!). Vamos, que vale un pinchazo.

El hospital Sant Pau se ha convertido casi en mi segunda morada, pero voy allí, me pinchan y... ...me acerco a la terracita de un bar cercano, donde me fumo un puro y la copa de Cardhu cuesta 3,50 euros

 ?? EMILIO MORENATTI / AP ?? La líder de Barcelona en Comú, la noche electoral, en el recinto fabril de la Fabra i Coats
EMILIO MORENATTI / AP La líder de Barcelona en Comú, la noche electoral, en el recinto fabril de la Fabra i Coats
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