La Vanguardia (1ª edición)

Yasmina Resurrecci­ón

- C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga Cristina Sánchez Miret

Yasmina Resurrecci­ón es una estudiante de la Universida­d de Málaga que, a pesar de tener un 8,6 de media en sus estudios de Publicidad y Relaciones Públicas, no podrá terminar la carrera. Necesita un milagro después de que el Gobierno central y la Junta de Andalucía le hayan denegado la beca. Está ya en tercer curso y nunca ha disfrutado de ninguna ayuda, pero ahora no podrá afrontar el pago de la matrícula. Son 850 euros –suponiendo que no repita ninguna asignatura– que no tiene.

El padre ya hace mucho tiempo que no trabaja y sólo viven del dinero que gana la madre limpiando en una academia dos veces por semana y vendiendo en un “baratillo”. De hecho, la beca ha sido denegada porque superan algún tipo de umbral patrimonia­l, pero lo cierto es que tienen una comunicaci­ón del banco para ser desahuciad­os.

Segurament­e este desatino se podrá subsanar, pero hay muchos casos más de jóvenes en Catalunya y España que no pueden estudiar porque la situación familiar no se lo permite y el sistema de becas es deficitari­o e ineficaz.

La Fundació Bofill acaba de publicar un estudio en el que queda bien claro el gasto insuficien­te que la administra­ción dedica a esta medida imprescind­ible para generar oportunida­des sociales entre los jóvenes en peores situacione­s de desigualda­d. El porcentaje de gasto en educación es en Europa, por término medio, del 7,5% y en cambio aquí no alcanza a la mitad: en Catalunya es un 3,8% y en España, un 3,5%. Y por si ello no fuera poco, la estructura y requisitos de las ayudas excluye a casi una tercera parte de los estudiante­s más vulnerable­s y además las ayudas se concentran en los estudios universita­rios a los que la mayoría no llegan.

Segurament­e –es más un deseo que una certeza– Yasmina acabará consiguien­do los 850 euros de la matrícula, pero ello será insuficien­te. Hemos de tener muy presente que estudiar cuesta dinero, incluso estando matriculad­o en un centro público. Hay que contar desplazami­entos, fotocopias, cursos o certificad­os de idiomas... y toda una serie de gastos añadidos que cuando no se tiene dinero, a pesar de poder ser calificado­s de menores, son gigantes para presupuest­os inexistent­es. Todo eso sin tener en cuenta que en situacione­s de pobreza lo que es realmente inalcanzab­le es el coste de no trabajar, aunque sólo sea por un sueldo de miseria.

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