La Vanguardia (1ª edición)

La mujer de Bruselas

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Moriría por semanas como esta en Barcelona: Carmen y legionario­s en el Liceu, tenis y pérgola en el Godó, Messi en Liga de Campeones, Sabina de purísima y oro en Montjuïc, Sant Jordi, rosas a kilo y libros a peso, guerra el sábado en Cornellà... ¡Qué lejos queda la Meridiana!

Y, sin embargo, les quiero hablar de la mujer de Bruselas, amiga de paso y de paso en Barcelona, o la perpetua adolescenc­ia masculina.

–Yo le pido el móvil, ya sé que no me lo dará, pero así me quedo tranquilo.

La mujer de Bruselas tuvo tanto éxito como su amiga y colega, dos eran las amigas de buen ver. Chez Poldo de las grandes noches: cena, sobremesa antigua, alcohol, se baila como se puede y según se bebe, grandes compañeros de viaje casuales (una autora elegante y recién premiada, dos amigas y un sosias de Scorsese).

La mujer de Bruselas vive en Bruselas, ciudad que bruselea –pobre Brel, cautivo del Ne me quitte pas: nadie escucha ya Bruxelles o Amsterdam– con la misma naturalida­d con la que los amigos desplegaba­n sus alas a medida

Los tercios trataban de conquistar Bruselas y me fui, no fuera yo el freno a la rendición de Breda

que avanzaba la noche y uno asistía al espectácul­o de los esfuerzos por conquistar Bruselas.

La toma fue imposible, pero los tercios de Flandes se esforzaron. ¡Qué mal conocemos Bruselas! Tan familiar, tan cotidiana, tan capital de Europa y rien de rien. Hace mal tiempo pero se vive bien fue la –única– conclusión.

Yo era el hombre-faro: la luz llamada a guiar a los navegantes (masculinos). Tú, que la conoces, sabes si... Yo sé poco, en verdad, de la mujer de Bruselas, pero tampoco era cuestión de cortar el vuelo a quienes Dios dio alas y cierto apéndice en la entrepiern­a. Y además, respetaron el pacto mafioso –y machista– de preguntar antes si yo tenía algo con ella. No tenemos remedio, señoras y señoritas... Esperen de nosotros lo peor.

De modo que cuando un amigo médico y tarambana dejó dicha su intención de pedir el móvil y morir fiel a su estilo, me vi en la obligación de no despojarle de la esperanza y dije lo que decimos en estos casos: –No tienes nada que perder. Y pensé que debe de ser maravillos­o nacer mujer porque si hubiera aparecido el mismísimo Alcide De Gasperi nadie hubiera mostrado tanto interés por la capital de la Unión Europea y el funcionami­ento de sus institucio­nes. También pensé que puede llegar el día en el que una mujer dice que vive en Ostende y nadie pregunta si Ostende es puerto de mar o de montaña. Un momento en que la mirada masculina, la curiosidad masculina, la simpatía masculina se esfuma y eso quizás sea duro. O muy relajante.

Yo no sé como terminó la noche, que fue larga. Me limité a inmolarme y rendir un último servicio a los tercios de Flandes: desaparece­r del mapa, no fuera que mi amistad con la mujer de Bruselas terminara por ser un freno para la rendición de Breda.

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