El espíritu del Born cruza Princesa
La zona de Sant Pere y Santa Caterina despunta con la apertura de tiendas singulares, restaurantes y bares Muchos europeos se sienten atraídos por la mejora de la calidad de vida en un barrio hasta hace poco castigado
Al francés de 40 años Cyril Sauzay siempre le gustó recuperar antigüedades recientes, restaurar piezas decorativas de los años cincuenta y sesenta: lámparas de despacho, focos cinematográficos, obsoletos mapas de Europa que colgaban junto a las pizarras… Y cuando la crisis llevó al cierre a la editorial que le daba trabajo, montó una página web, a ver si a la gente le daba por comprar todos esos trastos. “El año pasado encontré este local en la calle Carders y me gustó mucho porque sa- lía barato, el barrio de Santa Caterina se está animando muchísimo, no hay modo de encontrar nada asequible al otro lado de la calle Princesa. El Born es prohibitivo, sobre todo si, como yo, estás empezando una aventura”.
Por estas callejuelas y plazoletas no hace mucho inquietantes, oscuras, peligrosas y sucias no cesan de abrir comercios de cerámica japonesa, de alquiler de bicicletas, librerías ultra especializadas, takes away de comida francesa, talleres de luthiers... Y uno tiene la impresión de que el espíritu del Born, aquel barrio que dejó de dar miedo para ponerse muy encantador, quizás demasiado..., ahora se expande, revitaliza un rincón de la ciudad hasta hace poco muy castigado, se convierte en el último engranaje de la transformación que vive Barcelona. Para lo bueno y para lo malo.
A pesar de las mejoras, no son pocos los que contemplan el futuro con desconfianza. “A mí por ahora me va bien –sigue Cyril–. Mucha gente del norte de Europa con dinero está comprando pisos viejos por la zona y luego los reforma y me compran un montón de cosas. Les encanta lo vintage. Además, están abriendo muchos bares y restaurantes, y últimamente se lleva mucho la decoración industrial. Hay tanta vida que a los turistas ya no les da miedo perderse por las calles, ya no escuchas a cada rato: ‘¡Mi bolso, mi bolso!’”.
“Esto no es la calle Tallers ni Portaferrissa –tercia el italiano Andrea Paolo, de 28 años–, no está saturado, caminar no es agobiante, puedes encontrar una
mercería de toda la vida, una ferretería de siempre, no todo son tiendas de souvenirs. A veces te cruzas con una excursión de una decena de turistas en bici y tienes que dar un saltito, pero...”. En septiembre Paolo abrió en la calle Semoleres Ladies & Gentlemen, tienda especializada en el cuidado y lustre de la barba: brochas, ceras, lociones, cepillos... “Yo trabajaba en la empresa de mi padre, pero no me iba la vida de mánager, Perugia se me hacía muy pequeña, me agobiaba. Aquí puedo llevar la barba como me gusta, sentirme libre. Y me gusta mucho esta vida de barrio. Todos nos conocemos. A veces algunos jubilados se pasan con la cerveza y se ponen a gritar, pero si les dices que bajen la voz, la bajan”.
“Esto antes era un campo de batalla –explica Antonio Cortés, de 52 años, originario de Úbeda, vendedor de géneros diversos en todos los mercadillos del área metropolitana, de charla matutina con su amigo José Suárez, en el Ràpid Suárez, en la plaza de la Llana–. Yo llevo por aquí 30 años, desde que nos dieron el piso de protección oficial. Y al niño yo no lo dejaba salir a la calle después de las 7 de la tarde. Todo estaba asqueroso, lleno de porquería, oscuro... no había tiendas ni había nada, ¡cualquiera podía darte con un palo en la cabeza! Ahora, con tantos bares, a las 2 de la mañana hay gente por todos los lados y puedes ir muy tranquilo. Ade- más, se ven muchos policías. La sensación es otra”. Y entre tanto, mientras remienda, el zapatero José, de 75 años, asiente una y otra vez. “Vine en 1962, de Sevilla, y entonces aquí todos éramos gente trabajadora y humilde, todos iguales, y ahora todos somos diferentes, y eso está muy bien, porque la gente de siempre se está muriendo, nos hacemos viejos, y algunos además nos vamos. Yo me mudé a Sant Andreu hace doce años, a un piso más nuevo, más grande, más silencioso...”.
Las veteranas luchadoras vecinales Maria Mas, de 77 años, y Mercè Queralt, de 75, denuncian el olvido administrativo que du- rante lustros sufrieron estas calles. “Dejaban que el barrio se degradara para que nos quisiéramos marchar y hacer tabla rasa, para que las propiedades se desvalorizaran y los especuladores pudieran quedarse con todo a buen precio. A fin de cuentas, todo esto es una pieza del centro de Barcelona. Ahora pretenden restringir la entrada de turistas en la Boqueria. Lo mismo pasará aquí. Cada vez vienen más grupos de turistas al mercado de Santa Caterina”. Aun así, Mas y Queralt reconocen que ahora se vive mucho mejor en Santa Caterina y Sant Pere.
Martín Habiague, director de la fundación Mescladís, nacida hace diez años en estas calles, explica que “el barrio se renueva al tiempo que expulsa a la gente de siempre. Los alquileres aumentan, crece el número de pisos turísticos, la población que rota, que viene a pasar unos días o unos meses también crece, y ello repercute en el tejido social, lo debilita, porque nadie echa raíces. La zona lleva años mejorando mucho, pero corremos el peligro de convertirnos en un antibarrio de grandes marcas y pisos de lujo. Aquí aún estamos a años luz del Born. Pero somos la última pieza del centro de Barcelona...”.
El bonaerense de 42 años Christián González se dedica a ratos a la gestión de pisos turísticos y, sobre todo, al horneado de empanadas argentinas. “Los apartamentos los lleva mi mujer y están todos en el Eixample, y todos son legales. Aquí ya no encuentras nuevas licencias, pero la gente del barrio te pide cada vez más que alquiles sus pisos a turistas, aunque no tengan los pertinentes permisos. Ahora tienen más miedo de las multas y tratan de disimular más, pero si pueden irse a casa de la tía los fines de semana y sacarse un dinero, pues...”. Christián llegó a Barcelona con una mano atrás y otra delante hace ocho años. Y sirvió cafés, cocinó hamburguesas, estudió en la escuela de cocina Hoffman... “Hace apenas siete meses mi socio Fernando Bustiche y yo inauguramos en la plaza de la Llana La Fábrica, este puesto de empanadas argentinas elaboradas a mano, y la verdad es que estamos encantados y desbordados. El negocio estaba pensado para funcionar con cuatro empleados y ya tenemos siete. Nos hace falta nueva maquinaria. El 80% de nuestros clientes son turistas que se pierden por las callejuelas y, de repente, aparecen en esta plazoleta, que es como un pulmón, y se comen una empanada. El turismo llena esto de vida, pero a veces parece que queramos combatirlo. Estoy muy satisfecho de haber emprendido este negocio. Queremos abrir otro puesto, también de empanadas, también por esta zona,
pero ya no hay modo de encontrar un local libre. Todo está ocupado y los precios suben. Enfrente hay dos con las verjas cerradas, pero ya están cogidos. En uno abrirá un puesto de sopas japonesas, y en el otro. uno de comida francesa para llevar”.
“Yo trabajo aquí y vivo a cinco minutos –explica el francés de 38 años Simon Fonty, tras el mostrador de la tienda de camisetas la mar de originales Hola Cristo, en la calle Corders–. Me gusta mucho, esto es un barrio de verdad, la gente te conoce, te saluda... y hay tiendas de todo tipo. No es el ni el Gòtic ni el Born. No está saturado. Las calles Corders y Carders son un nuevo eje comercial cada vez más interesante, pero formamos parte del centro de Barcelona y seguimos las mismas tendencias que el resto de la ciudad. No sé durante cuánto tiempo seremos auténticos...”.