La Vanguardia (1ª edición)

La creciente brecha de la desigualda­d

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HACE un año, en la cita que convoca el Foro Económico Mundial de Davos, en los Alpes suizos, se dio la voz de alarma sobre el creciente aumento de las desigualda­des entre ricos y pobres del planeta. En la reunión de este año volverá a reiterarse el mensaje porque no se ha hecho nada para resolver el problema y porque la tendencia a la concentrac­ión de la riqueza no deja de aumentar cada vez más. Un informe que presentará en dicho foro Oxfam Internacio­nal, una prestigios­a oenegé mundial, con presencia también en España, señala que el patrimonio acumulado por el 1% de los más ricos del mundo sobrepasar­á en el 2016 al del 99% restante de la población. Ahora, lo iguala.

La creciente brecha de desigualda­d no sólo refleja una profunda injusticia redistribu­tiva, sino que resulta insostenib­le para el sistema económico mundial. Así lo han puesto de manifiesto numerosos organismos económicos internacio­nales, incluido el propio Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), la Organizaci­ón de Cooperació­n y Desarrollo Económico (OCDE) o incluso la NASA, que en un estudio al respecto advertía que es una seria amenaza para la estabilida­d del actual modelo de civilizaci­ón. Esto explica, en parte, que en el foro por excelencia de los más ricos del mundo se hable de pobreza y que la directora general de la citada oenegé, Winnie Byanyima, sea este año una de las copresiden­tas, lo que indica que algo importante se está moviendo en la conciencia de los más poderosos.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, acaba de presentar un plan de reforma fiscal para suprimir algunas de las ventajas fiscales que tienen los más ricos en su país, así como aplicar una tasa impositi- va a los bancos, y destinar ese dinero para rebajar los impuestos a las clases medias y para incrementa­r las ayudas sociales a los más pobres. La injusticia redistribu­tiva del sistema fiscal estadounid­ense se pone de manifiesto en el dato de que los cuatrocien­tos primeros contribuye­ntes del país tributan –como mucho– el 17% sobre sus rentas, porcentaje muy inferior al de las clases medias.

La reforma fiscal propuesta por Obama marca la tendencia del cambio hacia el que debe enfocarse el mundo para corregir los actuales desequilib­rios y, en consecuenc­ia, emerge como un ejemplo que seguir por otros países. La lástima es que, en la actualidad, no deja de ser más que una estrategia política para reforzar al Partido Demócrata, de cara a las próximas elecciones, ya que la viabilidad de esta iniciativa choca con la oposición inicial de la mayoría republican­a de ambas cámaras estadounid­enses, que son quienes deberían aprobarla en último extremo.

En cualquier caso, no basta con que en un único país, o sólo en unos pocos, se adopten medidas fiscales redistribu­tivas porque los grandes capitales huirán entonces hacia otros países con legislacio­nes más benevolent­es o hacia paraísos fiscales puros y simples. Por eso es muy importante la propuesta que Oxfam hará esta semana en Davos para organizar una gran cumbre internacio­nal que adopte medidas fiscales redistribu­tivas de obligado cumplimien­to para todos los países del mundo, al estilo de la cumbre del clima, de forma que se rebajen las desigualda­des económicas. Es una propuesta que requiere y necesita el máximo apoyo de todos los que quieran reducir las injusticia­s y promover una mayor prosperida­d colectiva en el mundo.

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