Evónimos en ámbitos privados
El evónimo es una de estas plantas que suscitan admiración y respeto. Hay algo en las hojas de este arbusto que hace vibrar. Por el hecho de velar por la intimidad de las personas, causa impresión. ¿Cómo se pone un evónimo manos a la obra? Su denso follaje impide el paso de la vista. No puede uno menos que recordar La ventana indiscreta, de Hitchcock, cuando James Stewart, postrado en una silla, con la pierna escayolada, observa por la ventana el comportamiento de sus vecinos. La vida es grotesca, y el mundo, una porquería.
El evónimo parece saber que la parte privada de la vida de una persona es algo sagrado. (El adjetivo sagrado a veces se aplica a asuntos profanos, para calificarlos de intocables.) Ocurre que todas las fuerzas de ese bo- netero oriental se movilizan para defender la intimidad, dignificar la vida privada. Para lograrlo, dispone de varios troncos, ramas angulosas y hojas persistentes, opuestas, ovales u oblongas, muy flexibles y correosas, de color verde vivo. Toda esa elocuente frondosidad hace de valla natural. Y al igual que un biombo,
No es una planta que dé por perdida una batalla; resiste las heladas y aire sucio y se adapta a la poda
evita miradas indiscretas. Así el mirón no tiene nada que hacer. A principios de verano esta tupida planta florece: presenta cimas aplanadas de pequeñas flores verdosas que en otoño dan lugar a frutos globosos, rojizos. Flores y frutos carecen de interés ornamental; su discreción es incontestable. Esta vez no podemos contar nada sobre su intimidad.
El evónimo no es planta que dé por perdida una batalla. Resiste las heladas, el aire sucio (el polvo parece resbalar sobre sus hojas), y se adapta bien a la poda. Prospera en todas las exposiciones; aunque la sombra total limita sus medios de expresión, crece bien en zonas umbrosas. Le gusta vivir cerca del mar, es totalmente rústico en el litoral. Las especies perennifolias exigen protección contra los vientos. Aureovariegatus, con hojas manchadas de amarillo, es una de las formas cultivares más ornamentales; pero hay variedades que presentan limbos con magistrales jaspeados. Hay difuminados de color blanco perla, o amarillo claro, que dictan cursos de estética: el más mínimo reflejo de la luz en las hojas nos deja extasiados.
Los evónimos llegan al cora- zón, dejan huella. Volvemos a acordarnos de James Stewart, cuando, tras sorprender con sus prismáticos a los vecinos, ve lo ridícula que puede ser la vida. Si esos personajes secundarios hubieran cuidado de su intimidad cultivando evónimos en los alféizares de sus ventanas, otro gallo cantaría. La vida está mal hecha, la realidad decepciona, ¡hay tanta ordinariez! El evónimo se impone por sus excesos, sus paradojas y su amor a los recuerdos cinematográficos. Como garantiza privacidad a las personas, pensamos que es merecedor de admiración y respeto.