¿Llorar? ¿Reír? ¡Cantar!
En un atardecer hivernal que podía inclinar un poco a la somnolencia, un recital de música barroca como el que dio en el Liceu la mezzosoprano norteamericana Joyce Di Donato tuvo la virtud de disipar esa desgana ambiental e ir creando gradualmente un clima de euforia, favorecido por su indudable capacidad vocal para desgranar tota clase de ornamentaciones vocales de arias barrocas –casi todas poco conocidas– basadas prácticamente todas en la forma da capo y decoradas con mucho gusto e inventiva musical para añadirles las típicas coloraturas que eran de rigor en la primera mitad del siglo XVIII, dentro del estilo scarlattiano propio de esa época.
Joyce Di Donato, aunque lució notas graves en su voz, abordó también la zona sopranil donde se siente cómoda y segura y dio un recital que si en la primera parte tuvo la virtud de atraer la atención del público, en la segunda resultó todavía más rotundo y perfecto. No es la primera cantante de su especialidad que consigue clavar al público en sus butacas con un repertorio virtualmente desconocido, renunciando voluntariamente (¿por qué?) al repertorio más frecuentado y apreciado, pero sin duda causó un fuerte impacto, como también lo causó el primer violín del grupo Il Complesso Barocco, Dmitri Sinkovski, en un sensacional concierto de violín de Vivaldi en el que hizo exhibiciones con dobles cuerdas y toda clase de elementos ornamentales que le valieron una ruidosa ovación.
El éxito impresionó a la propia cantante, quien ofreció cinco bises (de la Fredegunda de Reinhard Keiser, de la Berenice de Orlandini, además de tres da capos de otros) y acabó dirigiéndose al público en catalán y con alusiones divertidas, que completó en italiano.
Il Complesso Barocco estuvo a un alto nivel (detectamos solamente un leve fallo en un fagot) y el público salió del Liceu con la euforia que produce haber asistido a un gran recital. Antes del cuarto bis, la Di Donato, que llevaba unos zapatos de tacones altísimos, se cayó al suelo sin hacerse daño.