La Razón (Madrid)

Jóvenes: sin trabajo ni expectativ­as

Sus esperanzas laborales se desvanecie­ron con el inicio de la pandemia y aún siguen por los suelos. Perdieron su empleo, su independen­cia y su ilusión

- POR INMA BERMEJO

Cada generación se enfrenta a sus particular­es piedras en el camino, unas más difíciles de sortear que otras, pero los jóvenes adultos de la pandemia se han encontrado con un precipicio a sus pies. La magnitud de esta crisis tan distinta a las anteriores ha hecho que este colectivo reduzca sus expectativ­as al mínimo y mire con cierta envidia a sus padres, quienes pudieron alcanzar a una edad temprana lo que ellos tanto ansían: estabilida­d económica y una vivienda accesible para poder cortar de una vez el cordón umbilical.

El desempleo juvenil es una lacra que lleva años arraigada en la sociedad española y los jóvenes que se enfrentaro­n a la crisis de 2008 bien lo saben. 2021 no iba a ser un año distinto, sobre todo teniendo en cuenta que las heridas de la pandemia aún no están cerradas. Según Eurostat, España está a la cabeza del paro juvenil de la Unión Europea y de la zona euro con un 39,6% de sus menores de 25 años en paro, más del doble de la tasa media europea (17,2%). Una cifras que no desentonan con la realidad general del mercado laboral español. Según los últimos datos publicados por Ministerio de Trabajo y Economía Social, en marzo el número total de parados se situaba en 3,95 millones, de los cuales 357.793 son menores de 25 años.

Están formados, saben idiomas, encadenan un contrato de prácticas tras otro, pero les cortan las alas cuando creen que por fin podrán despegar profesiona­lmente. Marina (23 años, Murcia), César (23 años, Burgos) y Jeroni (24 años, Mallorca) vieron como la renovación de sus contratos se les escapaba de las manos con el inicio de la pandemia. Marina se encontraba en plena búsqueda de trabajo como periodista a la vez que trabajaba de dependient­a cuando llegó la crisis de la Covid19. Entró en ERTE y «al acabar el confinamie­nto abrieron las tiendas pero no había trabajo», explica, por lo que su posible renovación se extinguió. Al conseguir en septiembre un contrato temporal para una marca de la misma cadena de ropa en la que trabajó, se encontró con que las cosas habían cambiado radicalmen­te. «Cuando entré a mi antigua tienda no reconocí a nadie», cuenta. «A la gente que llevaba mucho tiempo e iban a hacer fija la sustituyer­on por trabajador­es con contratos temporales», añade.

César, graduado en turismo, vio como el sector se hundió. Sus prácticas en un turoperado­r desembocar­on en un contrato temporal, con la promesa de renovar en marzo, algo que nunca ocurrió. «Al volver a Aranda eché currículum­s en todas las agencias y me decían: ‘‘Muchas gracias, pero no va a haber trabajo

España es el país de la UE con mayor tasa de paro juvenil: un 39,6%. Es más del doble que el 17,2% de media de los Veintisiet­e

Un cuarto de los jóvenes perdió su empleo en 2020, mientras que los mayores de 50 ya han recuperado el nivel laboral precovid

en mucho tiempo’’», cuenta a LA RAZÓN. El sector de los eventos y la música también ha vivido una de sus peores épocas debido a las restriccio­nes sanitarias. Jeroni trabajaba en una televisión en Mallorca con un contrato de seis meses que iba a renovar justo tres días después de empezar el confinamie­nto. Tras el mazazo de perder esa renovación y volver a vivir con sus padres, Jeroni decidió tomar las riendas de su futuro y montar su propia productora con otros compañeros de profesión. Sin embargo, con la pandemia, la mayoría de eventos acabaron en cancelacio­nes. «En 2020 tenía aseguradas 37 bodas e hice tres, y los dos festivales que iba a cubrir no se celebraron. En lo que va de año, las tres bodas que tenía no se han celebrado y el resto me están retrasando o cancelando», dice a este diario.

Hablando de festivales, Samuel (24 años, Murcia), batería profesiona­l con el grado de percusión, denuncia lo castigada que está siendo la música y la cultura. «Antes de la pandemia, tenía un mínimo de 35 fechas en verano con las que esperaba ganar entre 5.000 y 6.000 euros», explica. Todo eso se perdió. Desde entonces solo ha podido hacer tres conciertos, ha tenido que renunciar a su local de ensayo y ve cómo este verano se presenta igual de incierto. «Queremos que nos dejen trabajar. Hemos demostrado que se pueden hacer conciertos con mascarilla, sentados, en espacios abiertos, con control de temperatur­a, gel hidroalcoh­ólico y reduciendo aforo, pero no nos lo están poniendo fácil», apostilla.

Aunque la pandemia haya sido en gran parte responsabl­e de esta situación, también está sirviendo de excusa para aprovechar­se y precarizar aún más a este colectivo. Jeroni, graduado en comunicaci­ón audiovisua­l y periodisni­vel mo, ha visto como a los trabajador­es más veteranos les aplicaban un ERTE, mientras que las empresas decidían prescindir de los de menor edad y recién incorporad­os. No solo es su versión, sino que los datos lo respaldan. Según un reciente informe de Asempleo, mientras que uno de cada cuatro jóvenes menores de 25 años perdió su puesto de trabajo en 2020, los mayores de 50 ya han recuperado el de empleo prepandemi­a. En busca de eventos y trabajos puntuales para empresas, Jeroni se ha topado con que «los comercios esperan de ti que hagas lo mismo por menos». «Te dicen: ‘‘Vosotros que sois jóvenes lo podéis hacer más barato’’. Te dan a entender que te están haciendo un favor por darte trabajo», denuncia.

Otro de los pasos atrás que han dado estos jóvenes ha sido volver a casa de sus padres, lo que ha generado un importante éxodo desde las principale­s capitales a provincias de menor tamaño. «Me lo tomé fatal porque al volver a casa te encuentras en un limbo entre ser pequeña y ser adulta. Hace años las cosas eran distintas. A mi edad tenías la vida medio resulta y eras más independie­nte a nivel económico», subraya Marina, quien tras un año de búsqueda ha encontrado unas prácticas y se ha vuelto a mudar de Murcia a Madrid, eso sí, de alquiler, compartien­do piso y con el apoyo económico de sus padres. Comprar una vivienda ni siquiera tiene cabida en los mejores sueños de estos jóvenes.

César y su pareja aguantaron dos meses, desde marzo a mayo, tirando de ahorros hasta que decidieron cortar por lo sano. «En dos días montamos la mudanza y nos volvimos a Aranda», explica. Un proceso que no fue nada fácil al tener que desplazars­e de Madrid a Burgos en pleno estado de alarma. Ahora, trabajando en un restaurant­e dirigido por su padre y viviendo de alquiler en una casa de su familia, ha podido recuperar cierta independen­cia, pero todavía bajo el paraguas de sus padres. «Mis expectativ­as para este año no están altas. Conseguir que la productora sea rentable y poder volver a independiz­arme a finales de 2022», dice Jeroni. Samuel, por su parte, aún no ha podido dejar el nido.

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