El comunismo chino no cambia
Detrás del vertiginoso crecimiento económico, del espejismo de libertad del bosque de rascacielos de Shangai y del neón de las avenidas con las franquicias más apreciadas del mundo, está el Partido Comunista chino dirigiendo el inmenso país con mano de hierro. Una vez más, como en 2003, el Gobierno de Pekín ocultó a la OMS el estallido de una epidemia con potencial devastador. Una vez más, la propaganda trata de cubrir la responsabilidad de las autoridades, cuyas políticas de terror abocan al silencio y a la incompetencia. Al miedo de unos cuadros medios del partido, cuyo nivel de bienestar, a la occidental, depende de no molestar al jefe, de que todo siga su curso apacible. Porque la arbitrariedad es la única certeza en la vida de los chinos. Nada cambia. Ayer, mientras saltaba a la opinión pública que el presidente Xi Jinping supo quince días antes de la existencia del coronavirus, pero se decidió ocultarlo al mundo, un tribunal de Hubei, la región epicentro de la epidemia, advertía a los ciudadanos de que se arriesgaban la pena de muerte todos aquellos que ocultaran los síntomas de la enfermedad o no facilitaran a las autoridades el libro de desplazamientos. Y no lo duden, son capaces de llevar a cabo la amenaza. Más tarde o más temprano, la epidemia será vencida. Pero vendrán otras y el sistema comunista chino volverá a lo mismo.