EN BUSCA DE UNA CURA ECONÓMICA
La organización del Mobile World Congress de Barcelona finalmente ha decidido cancelarlo. Tal escenario no solo provocará unas importantes pérdidas económicas para la ciudad —y para el conjunto de España— en unos momentos donde nuestra actividad productiva exhibe graves signos de fragilidad, sino que pondría paradigmáticamente de manifiesto los riesgos a los que se expone la economía mundial a raíz del estallido del coronavirus. No en vano, nuestra sociedad es una sociedad cada vez más globalizada: aun cuando todavía subsistan muy importantes trabas legales a la libertad de movimientos de mercancías, servicios, personas y capitales, la interrelación entre los residentes de distintos países es cada vez mayor. Los españoles compran productos extranjeros, contratan servicios foráneos, reciben inversiones de ahorradores externos y acogen a residentes y visitantes de otros países; y, a su vez, los españoles vendemos productos al extranjero, ofrecemos servicios allende nuestras fronteras, invertimos en otras economías y residimos o visitamos otros países. Cuando esta cooperación a gran escala se rompe —ya sea por guerras comerciales, por cierres arbitrarios de fronteras o por prevención frente a la extensión de una epidemia—, la economía mundial necesariamente se resiente. Recordemos, a este respecto, algunas de las consecuencias más directas que puede acarrear —más bien, que ya está acarreando— el coronavirus. De entrada, el turismo global ya ha sufrido un shock: aunque todavía no tenemos cifras que cuantifiquen la magnitud del deterioro, sí sabemos que el tráfico aéreo, por ferrocarril y por carretera dentro de China se han desplomado (frente al mismo período del año anterior, las caídas se cuantifican entre el 60% y el 70%); asimismo, el tráfico aéreo desde China al resto del mundo también ha colapsado: hasta enero, China era el tercer país que más viajaba al extranjero, pero desde entonces los vuelos a Japón han caído un 60%, a Tailandia un 63%, a Hong Kong un 80%, a EEUU un 86%, a Australia y Vietnam un 87%, y a Singapur un 89%. Por consiguiente, tan sólo desde la perspectiva de los movimientos temporales de personas, el coronavirus va a ejercer un profundo y devastador impacto: no en vano, el riesgo de cancelación del Mobile World Congress no es más que un triste ejemplo de los efectos de esta disrupción en el libre tránsito de individuos. Pero no pensemos que los únicos daños van a limitarse a la menor movilidad turística: la economía china se ha frenado en seco (el consumo de energía es un 30% inferior al de años anteriores) tanto por la repatriación de trabajadores extranjeros, como por el cierre de fronteras a la exportación de sus productos, como por la suspensión de la actividad productiva debido al establecimiento de cuarentenas. Y si se frena un país que representa alrededor de una quinta parte de PIB mundial, por necesidad el resto del mundo comenzará a pasarlo mal. Los primeros datos que nos llegan desde Alemania —uno de los principales socios comerciales de China— no son nada alentadores y algunos analistas ya pronostican que entrará en recesión durante este primer semestre de 2020. Y si Alemania se estanca, España necesariamente irá detrás. Lo único que ahora mismo podría contrarrestar el shock negativo del coronavirus sería un shock positivo en sentido inverso: ¿qué tal, por ejemplo, un levantamiento de todas las barreras comerciales que se han ido añadiendo estérilmente durante los últimos años?