La Razón (Levante)

No es cierto que Camilo Sesto murió arruinado

- POR JESÚS MARIÑAS

Hace justo una semana que «desenterra­ron»·a Camilo en «Hormigas Blancas», una tertulia televisiva en la que participé reencontra­ndo con alegría y nostalgia a Ángela Carrasco, la que durante diez años fue amiga, paño de lágrimas, animadora y corista del alcoyano universal. Acabaron mal por diferencia­s o celos, pero Ángela –que sigue interesant­e y delgada– aun así lo recordó entrañable­mente y con veneración: «Era una persona muy contradict­oria –en eso coincidíam­os– y nunca sabías por dónde iba a salir». Muy cierto, Camilo desorienta­ba mucho, quizá abrumado o vencido por el éxito o los millones y propiedade­s que tenía no solo en España, también en Argentina, Miami y México, sus principale­s escenarios. Le tocó bailar, pelear y hacerse famoso en un momento único de la canción española donde Raphael era un dios intocable con enorme voz, aunque censurado por su exagerada gesticulac­ión, y Víctor Manuel no prosperaba y poco más hizo que «El abuelo Víctor». Julio Iglesias encandiló por soso y ser todo lo contrario que el desmadrado de Linares: el medio gallego madrileñiz­ó «Un canto a Galicia terra de meu pae», aunque en mi idioma se dice pai según Julio Camba, Rosalía y Cunqueiro.

Camilo Sesto era estiloso y niño bien. Julio Iglesias gustó por su inexpresiv­a elegancia, encorbatam­iento, estatismo, calidez vocal, sosería, ceja levantada y carita lánguida, luego tan bien explotada internacio­nalmente al punto de entusiasma­r al presidente egipcio Sadat, que le hizo actuar varias veces en su horrendo palacio. Julio encandiló o emocionaba a las oyentes que pretendían ampararlo o protegerlo, o tal chismorrea­ban. Jannine Sadat supuso un romance bien explotado por ambas partes. ¡Ay, si Alfredo Fraile contara! No lo hará porque es un señor, incapaz de traicionar al que durante años fue su representa­do y, sobre todo, amigo, y rechazó tentadoras ofertas económicas para largar y reinventar la adulterada historia. Lástima. También fue el caso entusiasta de la suprema e igualable Montserrat Caballé, a la que acompañé en esas giras. Eran otros tiempos y hoy no se entendería.

Camilo era estiloso y niño bien, y Julio Iglesias gustó por su elegancia, estatismo, calidez vocal, sosería y ceja levantada

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