La Razón (Levante)

Asedio a la Monarquía

- FERNANDO DE ROSA Fernando de Rosa portavoz de Justicia del PP en el Senado

Se han pasado tres vueltas. Esta es la conclusión a que ha llegado el ministro de Justicia Juan Carlos Campo, tras los gritos de ¡Viva el Rey! que se han escuchado en la entrega de despachos a los nuevos jueces en Barcelona. Nunca tres palabras han reflejado de forma más elocuente el inmenso disgusto que existe en la carrera judicial tras el desaire que el Gobierno ha hecho al Rey dando una bofetada a los jueces y magistrado­s españoles, provocando que las redes sociales se inundaran con fotografía­s del Rey. Nunca dos ministros, que además son jueces, Juan Carlos Campo y Fernando Grande Marlaska, han escenifica­do de forma tan zafia el asedio a dos institucio­nes del Estado: la Monarquía y el Poder Judicial, que ha iniciado un Gobierno que ha decidido claudicar ante el independen­tismo y los antisistem­a.

Hay dos actos judiciales sagrados para la judicatura: la apertura del año judicial y la entrega de despachos a los nuevos jueces, y son dos actos que tradiciona­lmente ha presidido el Rey certifican­do que la Justicia se administra en su nombre, como viene a establecer el artículo 117 de la Constituci­ón. Esta presencia de Su Majestad es todo un símbolo y lo preocupant­e es pensar si su no presencia, por orden del Gobierno, es un símbolo de que se está iniciando una operación de largo alcance encaminada a cambiar nuestro modelo constituci­onal, tal como ha denunciado Felipe González, que ha llegado a decir que lo que se pretende es crear una «republique­ta».

No hay excusa que valga. Si el Gobierno

no puede garantizar la seguridad del Jefe del Estado en todos los rincones de España, lo que tienen que hacer el ministro del Interior y el de Justicia es dimitir inmediatam­ente, porque no están a la altura de las necesidade­s de España y porque es una dejación de sus responsabi­lidades. Si el Rey no puede ir a Barcelona se hace el acto de entrega de despachos en cualquier otra ciudad de España. Todo menos vetar su presencia, ya que la Jefatura del Estado está por encima de los tacticismo­s electorale­s de un Gobierno mendicante. Nunca un Gobierno

ha renunciado a asegurar la presencia de la institucio­nes en todos los rincones de España, ni tan siquiera en la época de plomo del terrorismo etarra. Siempre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad han garantizad­o que los antisistem­a no pudieran doblegar al Estado. Pero han tenido que llegar dos jueces, Campo y Marlaska, para entregar la dignidad del Estado, dando un nuevo sentido al cuadro de la «Rendición de Granada» pintado por Francisco Pradilla y que se encuentra en el salón de Pasos Perdidos del Senado. Esa vergüenza refleocho jada en dicho cuadro quedó escenifica­da en la entrevista de la Cadena SER en la que el ministro de Justicia no se atrevió a contestar a la periodista Àngels Barceló, que le preguntó quién había ordenado que el Rey no acudiera a Barcelona. Y por tres veces contestó que «la decisión la tomó quien tenía que tomarla», clara muestra de que en su fuero interno sabía que estaba actuando de forma incorrecta.

Ha sido muy significat­ivo que el presidente del Tribunal Constituci­onal no haya acudido al acto, que solo hayan acudido vocales del CGPJ de los 20 que componen el órgano constituci­onal y, sobre todo, que una tercera parte de los nuevos jueces no hayan querido asistir.

Pero la indignidad de este Gobierno no ha logrado oscurecer la dignidad de S.M. el Rey, que ha telefonead­o al presidente del CGPJ para transmitir­le que le hubiera gustado estar con los nuevos jueces, con estas sencillas palabras nos han dado esperanzas: tenemos un gran Jefe del Estado.

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