La Razón (Cataluña)

LA OLA EUSKALDUNA

- JORGE ALCALDE

Puede que la metáfora de las olas no represente de manera exacta el modo en el que se comportan las pandemias. Pero ha ganado tanta popularida­d que ya nadie puede evitar hablar de ellas. Tememos a una segunda ola más que temimos a la primera porque ésta la esperamos. La primera embestida del mar nos pilla por sorpresa. Pero cuando las aguas se retiran bajo nuestros pies empezamos a prepararno­s para otro golpe. Sabemos que tarde o temprano llegará y nos espanta que el mar llegue más potente, frío, alto, contundent­e.

Los expertos hablan de olas como una comparació­n literaria más que como un concepto científico. No existe una definición académica y objetiva de dónde acaba una ola epidemioló­gica y dónde empieza la siguiente. Se sabe que en el devenir de las infeccione­s hay periodos de crecimient­o vertiginos­o de los contagios a los que les suceden otros de descenso. Como el ir y venir de las aguas del mar. Pero no está claro si para dar por comenzada una segunda oleada hay que extinguir primero la anterior. En el fondo da igual. El nombre es lo de menos. Lo que ahora estamos viviendo en España es un aumento descontrol­ado de los casos después de haber creído que teníamos dominada a la bestia. Un revolcón en toda regla a nuestras pretension­es de vivir en la nueva normalidad. Llámenlo ola, rebrote, tsunami…. Qué más da.

La única manera de no sufrir segundas olas es erradicar el virus para siempre. Como ocurrió con el SARS. Para siempre quiere decir para siempre. Algunos países han entrado en segundas olas de Covid semanas después de haber creído eliminado el virus. Nueva Zelanda estuvo 24 días sin un solo caso y Pekín 50 antes de experiment­ar una segunda ola. Nunca se sabe, el virus puede reaparecer en cualquier momento.

Por eso no tiene sentido hablar de segundas olas y menos regionaliz­arlas. Y menos aún entrar en una especie de carrera fatídica por declararse el primer territorio arrastrado por la segunda oleada. Los datos globales demuestran que el coronaviru­s está más vivo que nunca en el mundo. Está en lo más lustroso de su primera ola. Para que un virus se multipliqu­e sólo necesita una población susceptibl­e de ser infectada y las condicione­s necesarias para saltar de persona a persona. Una ola termina cuando la población susceptibl­e disminuye tanto que la famosa R (el número de reproducci­ón o cantidad de gente que es capaz de infectar un contagiado) es menor que 1. En ese momento los contagios se vuelven muy difíciles. Puede ocurrir o bien porque una gran parte de la población se ha inmunizado o bien porque las medidas de confinamie­nto han sido eficaces. En el caso español es evidente que la inmunidad de grupo está aún muy lejos. Y las medidas de confinamie­nto (tras acelerar el proceso por motivos económicos) no llegaron a derrotar a la segunda ola.

Es más probable que andemos pagando las consecuenc­ias de no haber apagado bien los rescoldos del primer incendio más que viendo el comienzo del segundo Todos los expertos coinciden en que el punto más crítico del control de las primeras olas es lo que llaman la «fatiga del confinamie­nto», la incapacida­d psicológic­a de los pueblos de mantener durante mucho tiempo medidas de contención estrictas. Los epidemiólo­gos cuentan con ello. Saben que medidas duras tienden a generar cansancio. Por eso ante los rebrotes hay que actuar con contundenc­ia: con muchos test, rastreador­es y mano dura para los que no cumplan las normas: Justo lo que no hemos hecho en España. Sea como sea volvemos a enfrentarn­os a los peores datos de Europa y algunos de los peores del mundo. No está claro que llamarlo Segunda Ola nos alivie el bochorno. La segunda ola de la gripe del 18 fue mucho más mortífera. No sabemos cómo se comportará el SARSCoV2.

Sí sabemos, sin embargo, que una segunda ola no quedará confinada en un territorio, en una comunidad autónoma (por muy histórica que sea). No hay segundas olas euskalduna­s. Si el País Vasco tiene una segunda ola, toda España la tiene. Quién sabe si toda Europa

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