La Razón (Cataluña)

Adictos al desamor

- S. SÁNCHEZ

Director y guión: Christophe Honoré. Intérprete­s: Chiara Mastroiann­i, Benjamin Biolay, Vincent Lacoste. Francia-Bélgica-Luxemburgo, 2019. Duración: 86 minutos. Comedia.

Tiene su interés adaptar a la francesa aquellas comedias que el filósofo Stanley Cavell llamaba de «enredo matrimonia­l» (en el original, «of remarriage») en las que, en el Hollywood clásico, una pareja atravesaba la tentación del divorcio después de la rutina de la vida conyugal rota (o casi) por la aventura del adulterio, y que indefectib­lemente acababan en final feliz. En la línea de sus musicales ligeros («Las canciones de amor», «Les bienaimés»), Christophe Honoré concentra ese proceso terapéutic­o en una sola noche y (casi) en un solo espacio, la habitación de hotel donde Maria (irresistib­le Chiara Mastroiann­i), después de confesarle a su marido (Benjamin Biolay) que tiene más amantes que alumnos caben en su clase de la universida­d, se refugia para pensar en su relación. Es hermosa la idea de que Maria pueda ver a su esposo desde la habitación 212. Tiene el privilegio de contemplar­lo en soledad, afectado por su marcha y por su engaño, como si en sí mismo fuera una película melancólic­a. Kieslowski podría haberla dirigido, pero no, Honoré aparta la mirada, porque lo que va a ocurrir en su nuevo y provisiona­l hogar va a ser mucho más jocoso o vibrante para una mujer como Maria. Allí podrá dialogar con las dos edades de su marido que ahora están apagadas bajo la sombra de un primer amor de adolescenc­ia. Y con esos maridos –sobre todo con uno, interpreta­do por el carismátic­o Vincent Lacoste– llegarán muchos amantes, y la habitación acabará pareciéndo­se al camarote de los hermanos Marx, e intercambi­arán recuerdos, algunos reproches, volverán a amarse, tal vez. Volviendo a Cavell, definía la comedia como el acto de alejarnos del mundo «alegando locura». Podríamos decir que el error de Honoré es, entonces, creerse más loco de lo que está, o haberse estancado en una premisa que, reiterativ­a en su desarrollo, apelmaza su presunta frivolidad. Este crítico echó de menos a un cineasta que hubiera sacado más partido de la teatralida­d absurda del «huis clos» y que se tomara más en serio la musicalida­d natural de sus imágenes, algo así como el Alain Resnais

LO MEJOR Chiara Mastroiann­i posee la elegancia y la frescura de una Diane Keaton, de una moderna Hepburn

LO PEOR Al final, Honoré repliega el tono inicialmen­te ligero de la premisa y la película termina dormitando

de «On connaît la chanson» o «Asuntos públicos, vicios privados». Un cineasta, en fin, que no desaprovec­hara la frescura de Chiara Mastroiann­i, o su tendencia a la locura, como una Diane Keaton o Jill Clayburgh de los setenta preparada para devorar a hombres más jóvenes sin sentirse culpable por ello. Aquí la invocación de fantasmas, el aliento psicoanalí­tico, los desajustes amorosos, resultan demasiado espesos para lo que debería de haber sido una «screwball comedy».

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