EL DOLOR DE UN SACERDOTE
JéromFerrariJéromFerrari ganó el Premio Goncourt en el año 2012 con «El sermón sobre la caída de Roma», un libro en el que Agustín, obispo de Hipona, pronuncia un sermón con la intención de que sirva de consuelo a sus fieles. Sobre esa homilía Ferrari estructuró aquella novela en la que cada capítulo lleva el título de una frase del obispo. Es inevitable encontrar el paralelismo en «A su imagen», una historia marcada por el dolor que tiene como escenario Córcega y cuya trama se articula alrededor de una mujer que muere en un accidente de coche en su isla natal y del sacerdote que oficia una misa de difuntos por ella. También en esta ocasión la narración se estructura siguiendo el transcurso de la ceremonia religiosa: «Requiem aeternam», «Dies irae», «Agnus Dei»… La mujer fallecida, Antonia, es una joven fotógrafa que ha estado en la guerra de Yugoslavia y también ha retratado a los guerrilleros corsos que luchan por la autonomía, uno de ellos es el hombre al que ama desde la adolescencia y al que espera fielmente durante sus estancias en prisión. Su tío y padrino le regaló su primera cámara y es precisamente el sacerdote que dice la misa mientras recuerda a su sobrina en una especie de viacrucis cuyas paradas evocan en su mayoría amargos recuerdos.
Un cura inolvidable
La fotografía, otro tema recurrente de Ferrari, cobra aquí un papel primordial por el trabajo de la protagonista y por dos interesantes capítulos que, si bien en un primer momento desconciertan al lector por la irrupción de personajes nuevos procedentes de otras coordenadas temporales y espaciales, tras su lectura enriquecen el conjunto al mostrar cómo a finales del siglo XIX y a principios del XX el fotoperiodismo, y más en concreto los fotógrafos fotógrafos de guerra, han sido cruciales para enseñar al mundo el alcance del horror en los lugares en conflicto bélico.
Pero si por algo recordaremos esta novela al cabo de los años será por un personaje que se dibujará con nitidez entre muchos otros que habrán ocupado nuestros pensamientos: se trata de este cura de pueblo, «el padrino», el hombre que sufre y se entrega a los demás para aliviar sus penas, ese buen cura que nos recuerda al San Manuel unamuniano, no por sus dudas de fe, sino por la bondad que le lleva a rezar para que Dios libre a todos, él incluido, del abismo sin fondo. El buen hombre que oficia la larga liturgia y que al final no debe ponerse en la fila de los parientes para recibir el pésame y deberá permanecer solo y apartado, cargando sobre sus hombros más dolor del que ninguno de los asistentes al entierro podría imaginar. Uno de esos personajes que convierten algunas novelas en inolvidables.