La Razón (Andalucía)

Sufrir con los artistas

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un tiempo que he dejado pasar expresamen­te, sufrí lo indecible en un concierto. Tanto que, al llegar el descanso, me encontré con el director de la institució­n donde tenía lugar el espectácul­o. Le dije que no sabía si irme o quedarme, dado lo mal que lo estaba pasando. Me contestó: «No me choca. Vete, porque ya has visto mucha música y no tienes necesidad de seguir escuchando lo de hoy».

Me fui y no escribí la crítica, porque hubiera tenido que ser muy negativo con algún artista al que tengo aprecio personal. ¿Qué les está pasando a los cantantes?

Antes, un artista se recorría teatros de provincia antes de llegar a uno de primera fila. Así sucedía en Italia antes de recabar en la Scala. Poco a poco iban aprendiend­o, resolviend­o dificultad­es y tomando confianza. Así lo hicieron Gigli, del Monaco, Tebaldi y tanto otros. Hoy día los agentes colocan a cualquier advenedizo en un primer papel en un teatro importante. Otra cosa es el de las sustitucio­nes de última hora, esas que han lanzado a la fama a un desconocid­o. Pero en la mayoría de los casos, entonces también llevaban una carrera. Pensemos en el caso de Montserrat Caballé cuando sustituyó a Marilyn Horne en una «Lucrecia Borgia» en Nueva York. Se había pasado años cantando en un teatro alemán de provincias. Hoy día no es así.

Hay otros que, con un material importante, logran triunfar y pisar los teatros más importante­s tras un debut impactante. Sin embargo, al cabo de una década hay ya poco que admirar en ellos. Los agudos, si no se han perdido del todo, se vuelven metálicos, estrechos, la gola hace su aparición, el vibrato se vuelve ostensivo y aparece una tendencia a calar. Algunos lo intentan suplir o disimular a base de forzar el fraseo sin que la cosa mejore, si es que no empeora. ¿Qué ha sucedido? Que han entrado en repertorio­s no adecuados para su tipología vocal y que no han tenido un profesor idóneo a su lado.

En el siglo pasado se triunfaba por méritos de calidad, hoy se logra por publicidad, por machacar que uno es bueno, aunque no lo sea. Y dura hasta que ya no le interese a quien creó el personaje. Todo empezó el siglo pasado. ¿Recuerdan, por ejemplo, una soprano llamada Silvia McNair? Salzburgo estaba plagada de sus fotos. Duró hasta que a su casa discográfi­ca le dejó de interesar.

Y del caso Bocelli para qué hablar. Pero afortunada­mente, hoy por hoy, aún se encarga el tiempo de dejar las cosas en su sitio. ¡Qué pena tanto y tanto engaño para los artistas, que se lo creen, y para el público! Unos y otros lo sufrimos.

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