La Razón (1ª Edición)

La nueva calidad democrátic­a

«Moncloa sabrá dónde sitúa su propio listón ético. Quien tenga memoria recordará que Sánchez se lo colocó muy alto a los demás»

- Vicente Vallés

EnEn apenas 48 horas asistiremo­s a un episodio in-édito in-édito en nuestra democracia: la comparecen-cia comparecen-cia ante un juez de la esposa del presidente del Gobierno, para declarar sobre la investigac­ión a propósito de si sus actividade­s privadas coli-sionan coli-sionan con la condición presidenci­al de su marido. Igual que ocurre con otras muchas actuacione­s judiciales, esta podría quedar en nada, como asegura Pedro Sánchez. Es probable que rmar cartas de recomendac­ión sobre una empresa, siendo la esposa del presidente del Gobierno, no esté penado por la ley (de ser así, habría que preguntars­e por qué no lo está). Cuestión distinta es la categoría ética en la que se enmarca una actitud de ese tipo. Moncloa sabrá dónde sitúa su propio listón ético. Quien tenga memoria recordará que Sánchez se lo colocó muy alto a los demás.

El presidente insiste en que en el caso de su esposa «no hay nada de nada», y es posible que sea cierto. Pero cuesta entender que el líder que con tanto ahínco ha puesto en marcha ambiciosas políticas feministas, sea quien realice la defensa pública de su mujer, mientras que su mujer se mantiene en silencio.

En paralelo, Sánchez anuncia el lanzamient­o de su «plan de calidad democrátic­a», que propone como primera providenci­a providenci­a controlar a los «medios que difunden bulos», en referencia implícita a aquellos que han desvelado las actividade­s de su esposa mostrando los documentos que las acreditan. Hay países en los que este tipo de actitudes –por ejemplo, que el gobierno legisle contra los medios y/o contra sus adversario­s políticos– se cali can como autocrátic­as. autocrátic­as. Aquí, sin embargo, es calidad democrátic­a.

Nadie podrá negar que la transparen­cia siempre es buena: buena: quiere Moncloa que se sepa quién está detrás de la nanciación de determinad­os medios que no le gustan. Se supone que, como consecuenc­ia lógica de la aplicación de esa novedosa normativa, también podremos saber cómo se nancian algunos medios que sí gustan al gobierno. Y todo esto, al trasponer una normativa europea aprobada con la intención de poner freno a los métodos de desinforma­ción diseñados por los servicios de inteligenc­ia de Vladimir Putin. Nada menos.

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