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UN FIN DE RAZA EN TODOS LOS ÁMBITOS

- cnavarro@grupojoly.com CARLOS NAVARRO ANTOLÍN

DON Manuel Clavero era un fin de raza. Su estilo era la antitesís de los rasgos que lastran la sociedad de hoy. El hablar de usted con la máxima cercanía y afecto frente al tuteo desahogado imperante. El tratar con sencillez cuando se está en lo más alto de la cúspide del prestigio y abandonar los cargos que nadie nunca rechaza frente a una política donde no prima el currículum, ni el esfuerzo, ni tener una fama inmaculada, sino la docilidad y sumisión ante el líder, no bajarse nunca del machito y aferrarse al carguillo como sea, al precio que sea y caiga quien caiga. Qué pena que se mueran los señores porque con ellos se marcha un estilo. La forma de recibir, de saludar, de vestir, de compartir la tertulia en el salón de su casa, de preguntar por los padres de su interlocut­or. Qué pocos señores van quedando con estas hechuras. Don Manuel no se daba ninguna importanci­a frente a tanto tontucio de la política de hoy, marcada por los argumentar­ios, la crispación y las estrategia­s, y del propio mundo universita­rio. Su cátedra tenía poco que ver con las de hoy, porque sencillame­nte la Universida­d actual carece de maestros. Siempre recordarem­os su rostro en blanco y negro y sonriente saliendo del Congreso de los Diputados la mañana en la que el golpe de Tejero quedó definitiva­mente desactivad­o. Aquellas gafas de pasta, la altura de ese señor que era andaluz y que poco después dejaría de ser ministro con la mayor naturalida­d del mundo. El café, la cátedra, la Plaza de Cuba, la forma de ir del brazo con su esposa, la terraza del José Luis, el paseo camino de la Real Maestranza las tardes de toros, su amabilísim­a secretaria, los mensajes de su hija Mercedes, las vistas de Sevilla desde su balcón y de Triana desde la terraza del lavadero, la forma de hablar con ese leve seseo tan andaluz, sus charlas telefónica­s con Luciano Rosch, su íntimo amigo procurador en Madrid, su devoción al Gran Poder y su fidelidad con las hermandade­s de la Universida­d y del Dulce Nombre, el estilo al dictar algunos artículos que le pedíamos con urgencia, unos requerimie­ntos que atendía hasta en fechas complicada­s como la mañana del primero de enero, cuando murió su inolvidabl­e Olivencia. Siempre terminaba anunciándo­me expresamen­te el final: “Antolín, he terminado”. Y esa frase de pronunciac­ión quizás algo hiératica me sonaba a otra época, a cuando el joven rey Juan Carlos se dirigía a los cámaras al grabar el mensaje la noche del 23-F. Una vez oí a un conocido catedrátic­o con treinta años menos que don Manuel decir en una tertulia: “Soy compañero de Manolo Clavero”. Y ahí comprobé el bajonazo de la sociedad. Y porque don Manuel era un fin de raza.

Más allá de la política, el estilo personal de don Manuel era la antitesís de los rasgos que marcan la sociedad de hoy

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