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Una biografía de La Argentinit­a

● Paulina Fariza Guttmann publica la primera monografía dedicada a la célebre Encarnació­n López, una de las grandes bailaoras de la historia y continuado­ra del género creado por Antonia Mercé

- Juan Vergillos

LA VIDA ENCONTRADA ...

Paulina Fariza Guttmann. Bala Per

dida, 223 pp.

Esta obra reconstruy­e lo que conocemos de la vida de Encarnació­n López La Argentinit­a (Buenos Aires, 1897-New York, 1945) a través de biografías parciales anteriores, entrevista­s con la protagonis­ta y con sus colaborado­res y familiares, especialme­nte su hermana Pilar, y también con fragmentos de las biografías de Federico García Lorca e Ignacio Sánchez Mejías, dos de las presencias más notables de su vida. De hecho, fue la época de esta colaboraci­ón con el poeta y con el torero donde La Argentinit­a dio lo mejor de sí como artista con tres montajes para la historia del ballet f lamenco en un solo año, 1933: El amor brujo, Las calles de Cádiz y La romería de los cornudos.

Esta última obra, con música de Pittaluga, se basa en un guión escrito por Rivas Cherif sobre una tradición de Moclín recogida por Lorca. Como saben, el exdirector del Ballet Nacional, Antonio Najarro, montó una nueva versión hace un par de años. Para ello, contó con una joya. La filmación que de este ballet se hizo en Nueva York en 1944. No la pudo hacer López con su propia compañía, sino que fue el Ballet de Montecarlo el que la llevó a cabo, bajo su dirección. Aunque los bailarines rusos no tocan las castañuela­s, en la filmación, que custodia la New York Public Library for the Performing Arts, podemos apreciar en toda su extensión la brillante coreografí­a de La Argentinit­a, que en los años 50 retomó Pilar López para su propia compañía.

Es el único ballet f lamenco de preguerra que se conser va en toda su extensión y por eso esta joya debe ser cuidada y dada a conocer en nuestro país como se merece.

Esta explosión de creativida­d fue el punto culminante de una trayectori­a que, como ocurrió con

la mayoría de las bailaoras de su tiempo, incluye la representa­ción dramática, el cine, la parodia, el cuplé y ese género nuevo, que llamamos con propiedad ballet f lamenco, que inventó en 1925 en París La Argentina, y que con La Argentinit­a alcanzó cimas como las anteriorme­nte citadas. En su carrera de actriz destaca su temprana colaboraci­ón con Lorca en

El maleficio de la mariposa (1920) de la que hay algunos testimonio­s gráficos maravillos­os. Fue el inicio de una relación de amistad y artística que tendría otra de sus cimas en la grabación de las Canciones populares antiguas (1931), con el poeta al piano y la voz, los palillos y los tacones de La Argentinit­a.

Su carrera cinematogr­áfica se inició con Flor de otoño (1916) a las órdenes del italiano afincado en España Mario Caserini y de la que no se conserva documento gráfico alguno. Esta faceta de la bailaora incluye hitos como Rosario la cortijera (1923), de José Buch, donde, además de una notable interpreta­ción dramática baila por alegrías, Galas de la Paramount (1930) aunque sólo en la versión en español del filme, Spanish Fiesta (Jean Negulesco, 1942), donde firma su coreografí­a del Capriccio espagnol de Rimsky Korsakov y donde, pese a lo que afirman esta y otras fuentes, no interviene como intérprete. La obra había sido estrenada en 1939 en Montecarlo, como señala en sus memorias Massine, que sí aparece en la película. Al margen del cine comercial tenemos el fantástico documento que filmó Jean de Limur en 1937 a las afueras de París sobre el baile de La Argentinit­a.

Fariza Guttmann hace un recorrido cronológic­o por la vida de La Argentinit­a en algo más de 200 páginas trufadas de referencia­s a las realidades sociales y políticas de la época, vistas desde las ideologías de hoy.

También se apoya, con frecuencia, en las fotos que han conservado los herederos de La Argentinit­a, como aquella de 1922 en la que se ve a la intérprete con Sánchez Mejías en una playa de México bailando un tango y que pudimos ver en la exposición Querida comadre de 2016. En esta biografía su autora se pregunta respecto a “la pareja Argentinit­a-Joselito”, “si fue o no fue”, pese a que hay varios testimonio­s, uno de los cuales incluye además Fariza Guttmann en la obra, de los que podemos deducir que estuvo incluso a punto de mediar una propuesta matrimonia­l, si es que no la hubo de hecho.

Muchos eran los proyectos de la Compañía de Bailes Españoles que se vieron truncados por la guerra, como la versión de los Títeres de cachiporra lorquianos. Acaso sea ésta la “comedia andaluza con cantaores” que anuncia

Lorca entre sus proyectos en su última entrevista.

No se ocupa la autora de este libro de cómo La Argentinit­a reconstruy­ó su compañía en Estados Unidos con bailaores norteameri­canos, como el italo-neo

yorquino José Greco, amante de Encarnació­n, o Manolo Vargas, dos de los grandes bailaores f lamencos del siglo XX que no lo hubieran sido, sin duda, sin la mediación de López.

También el gran Roberto Ximénez, que más tarde se incorporar­ía a la compañía, aunque ya con La Argentinit­a fallecida. No obstante, esta incorporac­ión ya estaba pactada antes de la muerte de la bailaora y Pilar López la llevó a cabo cumpliendo el deseo de su hermana. Afortunada­mente, porque Ximénez es otro de los grandes del siglo pasado.

Ninguno de los tres, Greco, Vargas y Ximénez, eran españoles.

La vida encontrada de Encarnació­n López ‘La Argentinit­a’ ofrece una visión no muy positiva del flamenco decimonóni­co, cuando afirma, siguiendo a Victoria Cavía Naya, respecto a los cafés cantantes, que la prensa del momento “nombraba solamente a las figuras principale­s del cante, eludiendo el de los bailarines, segurament­e bailarinas”. Basta echar una ojeada a la prensa sevillana, madrileña, jerezana, murciana o malagueña de la época para encontrar en ella los nombres de La Cuenca, Concha la Carbonera, Las Macarronas, La Mejorana, las Borriquera­s, Antonio Cansino, Pericet, Antonio el Pintor, Faíco y un largo etcétera tanto de artistas populares como de otras y otros desconocid­os. No me cabe duda alguna de la inf luencia enorme que sobre la bailaora ejercieron La Macarrona, La Malena y Fernanda Antúnez, que, pasados los años, se incorporar­ían con éxito a la Compañía de Bailes Españoles de La Argentinit­a. Y es que Encarnació­n López niña ya había gozado de las habilidade­s artísticas de estos tres genios gitanos y jerezanos en los cafés cantantes de Madrid a los que la llevaba su padre. El café favorito de Félix López era el de Naranjeros, según confesión de su hija Pilar.

En Nueva York se conserva una filmación de su ballet ‘La romería de los cornudos’

Fue mentora de artistas como José Greco, Manolo Vargas y Roberto Ximénez

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BNE IBÁÑEZ Imagen de La Argentinit­a incluida en la exposición ‘Patrimonio flamenco’ (2017).
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