Historia y Vida

Arqueologí­a

LA ROCA DEL LEÓN

- DANIEL GOMÀ, DOCTOR EN HISTORIA

Sigiriya, en el corazón de Sri Lanka, fue capital de un único reinado en el siglo v. Sus espectacul­ares ruinas serían redescubie­rtas en el xx, engullidas por la selva. D. Gomà, doctor en Historia.

Sigir iya, en el corazón de Sr i Lanka, es el yacimiento más impresiona­nte y famoso de todos los que existen en esta isla del Índico. La razón estriba en la enorme roca (de casi doscientos metros de altura) que domina el conjunto histórico y que da nombre al lugar, “la montaña del léon”. En su cima se encuentran los restos del palacio de Kasyapa I, soberano de finales del siglo v. Se cree que Sigiriya estuvo habitada desde el Mesolítico. Así lo indican evidencias arqueológi­cas con una antigüedad de, por lo menos, cinco mil años, aparecidas en la segunda mitad del siglo xx alrededor de la gran masa rocosa del sitio. No obstante, la historia oficial del lugar se inicia mucho más tarde. Las Crónicas cingalesas –textos que recogen la historia de las dinastías de la isla del siglo vi a. C. al xix d. C.– sitúan el punto de partida en el siglo iii a. C., cuando una comunidad de monjes budistas se instaló en las laderas de la gran roca. Se han descubiert­o las cuevas –una treintena– y los grandes resquicios excavados en el promontori­o, que sirvieron de alojamient­o a los monjes hasta una fecha cercana al siglo i de nuestra era, tal como detallan inscripcio­nes halladas en las paredes de las cavidades. Sin embargo, el lugar no adquirió relevancia hasta el último cuarto del siglo v. El rey Dhatusena, que gobernaba sobre la mayor parte de la isla desde Anuradhapu­ra, la capital, fue depuesto y asesinado por su hijo Kasyapa. Con este golpe de Estado, perpetrado en torno al año 475, Kasyapa, sin opciones al trono por ser hijo de una esposa menor del monarca, se hizo con el poder, y desplazó a su hermanastr­o Mogallana, el legítimo heredero, que huyó a la India. Consciente de que en Anuradhapu­ra siempre sería visto como un usurpador, y temeroso de ser asesinado por miembros de la corte, el nuevo rey decidió crear su propia capital.

La gran roca y su entorno

La construcci­ón de Sigiriya, de 480 a 487, supuso un trabajo descomunal de movimiento de tierras y de tallado de rocas para adaptar el sitio a las necesidade­s del soberano. Desde el punto de vista arquitectó­nico, la nueva capital era más una ciudadela que una ciudad. La enorme roca constituía el principal punto de defensa: debía proteger a Kasyapa de posibles ataques. Un camino en forma de escalera permitía su ascenso. Se cree que la mayor parte del recorrido estaba decorado con pinturas, aunque solo se conservan unas pocas en una cavidad de la pared oeste.

KASYAPA I ASESINÓ A SU PADRE, DESPLAZÓ A SU HERMANASTR­O DEL PODER Y TRASLADÓ LA CAPITAL A SIGIRIYA

A medio camino se llegaba a una pequeña plataforma que marcaba la entrada al área palaciega. En la actualidad, este acceso (arriba) lo escoltan dos esculturas en forma de garras de patas de león, aunque se cree que en origen también había esculpida una cabeza de este animal (posiblemen­te se derrumbó). El trayecto hasta las residencia­s reales del complejo se realizaba mediante una escalera que partía de la zona correspond­iente a la boca del león. Del área superior de la gran roca solo se conserva la planta de los edificios que albergó, la mayoría conectados entre sí mediante escaleras. El palacio real, construido en ladrillo y piedra caliza, era el más esplendoro­so de todos ellos. Junto a él se observan los restos de un depósito de agua y de una sala, tal vez una asamblea real. En ella se preservan algunos pilares y un asiento de piedra cuyo uso se atribuye, en exclusiva, al monarca. La roca dividía en dos la ciudad que se desplegaba a sus pies. La mitad occidental, protegida por una doble muralla, contaba con la entrada principal y con los llamados jardines reales de Kasyapa, tres espacios (jardines de agua, rocosos y de terrazas) que se superponía­n a medida que el terreno se elevaba en su aproximaci­ón a la gran roca. Estos jardines son una prueba evidente del dominio de la ingeniería hidráulica que adquiriero­n los cingaleses, la principal etnia del país y fundadora de los grandes reinos de la isla. Multitud de canales al aire libre y subterráne­os asegura- ban la circulació­n del agua y su retención en caso necesario, algo útil tanto para inundar fosos como para facilitar la higiene de la población. En la mitad oriental se encontraba la ciudad interior, un área amurallada en la que residían los artesanos y los funcionari­os de la corte, y la ciudad exterior, extramuros, donde habitaba el resto de la población. Ambas han sido engullidas por la selva y apenas han desvelado hoy los restos de sus edificios, ya que la mayoría se construyer­on con materiales perecedero­s, principalm­ente madera. Pese a los esfuerzos de Kasyapa, la ciudadela acabó siendo conquistad­a. Cuentan las crónicas que Mogallana regresó de su exilio al cabo de dos décadas, y se presentó en Sigiriya al frente de un potente ejér-

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