UN CASO PARTICULAR: NAVARRA
El origen del reino de Navarra ha de buscarse en la deficiente romanización del norte peninsular por parte del Imperio Romano, que obligó al emperador Diocleciano a considerar las tierras navarras como de frontera y a establecer guarniciones defensivas para proteger las tierras netamente romanizadas de las incursiones del norte peninsular. De este modo, se sentaron las bases para que el territorio que nos ocupa se erigiera en reino. Su carácter contestatario no varió durante la dominación visigoda ni, evidentemente, bajo la musulmana. Sin embargo, su afán por mantener la independencia no tenía un fundamento religioso; de hecho, cuando sintieron la amenaza de los ejércitos de Carlomagno, adalid de la cristiandad, los navarros no dudaron en aliarse con los musulmanes de la región, descendientes de los Banu Qasi, para infligir al caudillo una severa derrota en Roncesvalles. Como consecuencia de esta colaboración, Íñigo Arista se convirtió en el primer rey de Navarra. Cuando la colaboración entre los Arista y los Banu Qasi se rompió debido a la progresiva cristianización de los navarros, el reino cayó en la órbita astur-leonesa y se inició la dinastía Jimena. De entonces en adelante, Navarra se convertiría en una especie de árbitro para las disputas entre el resto de los reinos cristianos. Y, aunque a simple vista pareciera que el reino de Navarra estaba destinado a ejercer una suerte de hegemonía peninsular, sus constantes reticencias a formar un proyecto común con el resto de reinos peninsulares –llegó incluso a unirse a Francia en el siglo XIII para evitar caer en el área de influencia de Castilla por el oeste y de Aragón por el este– hicieron que este pequeño reino quedara encajonado. Tras la muerte del último Capeto en Francia, Navarra recobró su independencia –Francia estaba tan ocupada en librar la Guerra de los Cien Años con los ingleses, que no podía ocuparse de esta zona–. A mediados del siglo XV, se inició en Navarra una guerra civil provocada por una disputa sucesoria entre Carlos de Viana y Juan II de Aragón, el padre de Fernando el Católico. El reino se dividió entre agramonteses, partidarios de la alianza con Francia, y beaumonteses, partidarios de estrechar lazos con Castilla. Finalmente, Fernando, en calidad de regente de Castilla tras la incapacitación de su hija Juana, logró que sin oponer resistencia el debilitado reino de Navarra sucumbiera en la ofensiva del duque de Alba en 1512. Las cortes castellanas de 1515 promovidas por Fernando el Católico aprobaron legalmente la anexión, añadiendo con ella a la Corona de Castilla una extensión de 11.700 km2; aunque se mantuvieron los fueros de que disfrutaba. De este modo, la unión peninsular quedaba culminada a falta de que en un futuro se pudiera conseguir la anexión de Portugal, algo que se intentó fraguar mediante una serie de enlaces matrimoniales de carácter estratégico.