Palabras para siempre de ‘Pepo’
Entiendo que desde hace diez años he estado despidiéndome de horas y lunas… Mis últimos libros de poemas apuntaban por ahí. Pero vuelvo una y otra vez a coger la estilográfica… El otro Yo que soy se irrita y no quiere callarse. Es inaudito», decía apenas un año antes de su muerte el escritor José Luis Rodríguez García (León, 1949–Zaragoza, 2022).
A pesar de su complicada salud en los últimos tiempos, nunca dejó de escribir. En apenas dos años han aparecido tres libros póstumos: la novela ‘Sombras en la bajamar’ (Comuniter, 2023), el poemario ‘Era posible la ternura’ (Cuatro de agosto, 2023) y ahora se publica ‘En la magnífica hora tardía’, en Comuniter, de nuevo, en una colección que dirige Adolfo Burriel.
El poeta y profesor David Mayor, uno de los mejores amigos de
José Luis Rodríguez y de algún modo su albacea, prologa y presenta este poemario donde el poeta «se muestra a la intemperie, vencido, contradictorio, abocado al absurdo, apenas sin voz», dice Mayor, que a la vez señala que «este libro es acontecimiento». José Luis Rodríguez García escribía en cuadernos, con pluma estilográfica, por lo regular. Y, en estos poemas, parece dialogar consigo mismo, ese otro que estaba en el fondo del espejo y de la conciencia, y con poetas tan amados como Paul Celan y Friedrich Hölderlin, al que le dedicó su tesis doctoral, reeditada en este 2024 por las PUZ en sus habituales dos volúmenes: ‘Friedrich Hölderlin: el exiliado en la tierra’.
David Mayor señala que las composiciones de ‘En la magnífica hora tardía’ son poemas «que condensan con intensidad el pensamiento poético de un intelectual cuya obra rebosa en matices y no deja de apelarnos». Agrega que son «poemas del agua, el viento y la humedad, símbolos que permiten pensar cómo adentrarse en un tiempo que es discontinuidad, metáfora, traslación, desplazamiento, a la vez semejanza y ruptura; tiempo del recuerdo y la percepción, pero también disolución de las expectativas y de la esperanza».
En su lectura, Mayor asegura que «no son poemas de la locura, o no del todo, pero sí son poemas escritos cuando solo queda decir adiós». En el último texto del conjunto, el pesimismo (o tal vez el temor, la conciencia de acabamiento) envuelve al poeta, que sigue dialogando consigo mismo a la manera de Luis Cernuda: «Escribes que es inútil vivir. / Y quedará esa palabra leve, teñida de tristeza insuperable».
Con más de una docena de poemarios a sus espaldas y alrededor de 50 en su producción total (redactó cuento, novela psicológica, histórica y policial, numerosos ensayos, biografías), José Luis Rodríguez alcanzó, para muchos, sus mejores logros en la lírica. Este es un libro lleno de confidencias, de búsquedas y de presagios de alguien que presiente la muerte, o cuando menos se siente muy acosado por la enfermedad, un poeta que canta a la memoria, a la tierra, a la escritura misma, al sueño de escapar («esa huida, hacia ninguna parte») y al amor, como sucede en ese poema que arranca así: «Yo la amaba, porque llegaba con el frágil olor de la amapola» y concluye: «Adiós, bella adivina». Ninguno de los poemas, por cierto, llevan título.
«Sé que me rondas / pero voy a acudir a la cita». Otro asunto capital es el final entrevisto: «Escribo sobre nuestra muerte. Nada más. / Amábamos la risa del fuego / y, ahora, exponen nuestras cenizas para los que vendrán». Y todo ello envuelto en belleza, en su habitual surrealismo, en su inagotable y deslumbrante imaginación y en un barniz constante de melancolía. «Quisiera ser melancolía del agua / o grito que la barbarie del aire exalta».
Seguramente fue eso y mucho más. Un gran profesor con muchos alumnos que recuerdan su magisterio, su humanidad y sensibilidad; un ciudadano apasionado que nunca dio la espalda a la política, colaboró en muchos medios (en los últimos años en las páginas de opinión de HERALDO) y un escritor comprometido que siempre estaba dispuesto a vivir con placer y ternura «la tarde inmensa con los amigos».