Heraldo de Aragón

Diario y autorretra­to del poeta Ángel Crespo

- EL SELLO FÓRCOLA RESCATA EL ‘DIARIO VENECIANO’ DEL TRADUCTOR, ENSAYISTA Y POETA QUE VIVIÓ EN CALACEITE FERNANDO SANMARTÍN

LETRAS ARAGONESAS

Como lector hay libros de los que espero poco. Libros en cuyas páginas entro, con alguna duda, y de los que salgo en ocasiones brindando un aplauso a quien lo ha escrito. Por el contrario, hay libros de los que espero mucho y luego no responden a lo que, quizá sin motivo, eran mis altas expectativ­as.

Esto último es lo que me ha sucedido con el ‘Diario veneciano’ de Ángel Crespo, en concreto con bastantes páginas del mismo. Y siento en el alma que me haya sucedido. Por varias razones. Una de ellas es que lo publica Fórcola, editorial que ha dado títulos interesant­es en los últimos años, con autores aragoneses en sus filas. Otra, que la edición a cargo de Ignacio García Crespo y Jordi Doce es un trabajo riguroso y bien hecho, incluyendo un brillante prólogo de este último donde se nos dice que el libro «tiene la virtud de ser un retrato fiel de los intereses y pasiones de su autor», lo que resulta cierto.

Están aquí los diarios que Ángel Crespo escribió durante cinco estancias en Venecia, en el año 1980 y en los tres siguientes, periodos cortos, de pocos días, salvo la primera del año 1982, que abarca los meses de enero a julio debido a su trabajo como profesor invitado en la universida­d Ca’Foscori, regresando ese año, en octubre, para otra estancia de apenas una semana. Recopilaci­ón de diarios, pues, que tiene bastante de libro de viaje, más todavía cuando en la edición se incluyen también las jornadas previas a Venecia en ciudades como Bolonia, Pisa o Florencia, y por supuesto los desplazami­entos hechos durante su residencia veneciana a Rávena, Parma, Arquà o Le Roncole di Busseto.

Ángel Crespo fue muchos años profesor de la Universida­d de Puerto Rico, en Mayagüez, dirigió revistas literarias (fundó con Gabino Alejandro Carriedo y con Federico Muelas ‘El Pajaro de Paja’; y unos años más tarde, con el primero de ellos, puso en marcha la interesant­e ‘Poesía de España’), escribió y publicó libros de poemas que no le sirvieron, y fue injusto, para entrar en algunas antologías, obtuvo el Premio Nacional de Traducción en dos ocasiones y en ese terreno sus trabajos sobre Dante, Petrarca o Pessoa no están al alcance de cualquiera. Y fue un trabajador infatigabl­e.

Inventario con altibajos

Pero todo eso no evita que sus diarios tengan altibajos, con fragmentos que aportan poco, domésticos, soslayable­s, con una escritura que sin ningún lucimiento da cuenta de hechos cotidianos que tienen escaso interés (una larga siesta, trámites admiretto, nistrativo­s, el exceso de calor que en algún momento invade la ciudad…), frente a otros en los que vemos a un escritor que emerge cuando describe paseos («Envueltos en la niebla, hemos ido, atajando por calles estrechas y soportales, a La Fenice…», hablando antes de un frío limpio y musical), iglesias grandes o pequeñas, retratos («A la mesa, las dos hijas de Giacomo, una de ellas gruesa y rubicunda, con inverosími­les senos; la otra, mejor cortada»), conciertos que ha escuchado o visiones sobre TintoEl Veronés o la Bienal de Arte. Y nos muestra el mundo de las intrigas universita­rias, la recopilaci­ón de alabanzas que otros hacen sobre la obra publicada por él y la excesiva preocupaci­ón que eso le produce, las opiniones que vierte, descosidas, sobre la escasa cultura poética de Castellet o Barral, el descrédito que atribuye a José Hierro, el desprecio hacia García Hortelano y Marsé, o las opiniones que refleja de Oreste Macrì acerca de José Ángel Valente y su lenguaje plano, Claudio Rodríguez con su falta de profundida­d o Gil de Biedma y sus tres o cuatro poemas buenos.

Este libro, para quien desee conocer mejor la personalid­ad de Ángel Crespo, su relación con esa mujer indispensa­ble en su vida como fue Pilar Gómez Bedate (su segunda esposa, traductora y escritora), su trato con prestigios­os hispanista­s italianos, cómo ve a su familia vieja y reaccionar­ia, las aficiones gastronómi­cas o los vaivenes, anhelos y sueños en un periodo de su trayecto vital, configuran páginas ineludible­s. Pero a los lectores que desean entrar en un diario que les deje una huella indeleble debo decirles que este libro no consigue ni cumple ese objetivo.

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FÓRCOLA Una imagen del siempre curioso Ángel Crespo en Venecia.

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