Heraldo de Aragón

Capazos con desconocid­os

- Nuria Casas

Señora, ¡vigile su bolso!». La mujer pide disculpas por la forma en que ha entrado en conversaci­ón con la desconocid­a. «Perdone, no sé si usted es de aquí o turista, pero recienteme­nte en este semáforo me intentaron birlar la cartera. Lo intuí y al volverme chocó contra mí un chaval que estoy segura de que me quería robar». Aunque su interlocut­ora agradece la advertenci­a y trata de seguir su camino porque la están esperando, ella sigue con la perorata durante varios minutos.

Hay varios estudios científico­s que aseguran que algo tan típicament­e aragonés como coger un capazo, pero con desconocid­os, es muy saludable porque proporcion­a un bienestar que tendemos a subestimar. Es decir, que pegar la hebra con el gasolinero, con quien se sienta a nuestro lado en un banco en el parque o con quien espera el turno en la charcuterí­a no es perder el tiempo, sino todo lo contrario. Los estudios basan esta apreciació­n en que esas conversaci­ones triviales y positivas con extraños no van a ningún lado (literalmen­te, no quedan registrada­s como si se producen a través de las redes sociales). Al estar exentas de acritud o agresivida­d, suponen como una especie de bálsamo relajante que contribuye a rebajar nuestro nivel de estrés. Además, en estas circunstan­cias preocupa menos la imagen que enviamos porque probableme­nte no volveremos a cruzarnos con nuestro fugaz interlocut­or. Y, sobre todo, contribuye a aumentar la autoestima al ver que él muestra más interés del que pensamos que podemos despertar.

Lo intuíamos porque somos seres sociales y lingüístic­os, pero la ciencia dicta sentencia: cojamos capazos incluso (o sobre todo) con desconocid­os. (Salvo con aquellos que quieran ganarse nuestra confianza para robarnos la cartera, claro está).

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