Heraldo de Aragón

La Transición sepultada

- I José Luis Mateos

Esto cada vez huele peor. Ya hay entre los partidos políticos y la gente más influyente un ambiente prebélico. Hay veces que uno no sabe si se trata de una sobreactua­ción o si va en serio. Sin pelos en la lengua, yo diría que estamos asistiendo, sin apenas darnos cuenta –los árboles no nos dejan ver el bosque–, a la fulgurante desaparici­ón de todo un sistema político, el de la democracia liberal, que, además, ha dado los mejores frutos para la paz, la tolerancia y la prosperida­d general en Occidente desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Lo más preocupant­e del caso es que vivimos a estilo ‘matrioska’ (las muñecas rusas de madera que están engastadas una dentro de la otra), pues vivimos una gran crisis en España que lleva años, y lo peor es que no se le ven trazas de resolverse. Y digo a estilo ‘matrioska’ porque la crisis española se inscribe dentro de una gran crisis europea (de una guerra entre Ucrania y Rusia), y aun una mundial, el conflicto de Oriente Próximo, con todas sus complicada­s derivacion­es geopolític­as.

Y todo esto, que parece que no llega a la gente, ya va llegando. Y aunque el bienestar de unos suele venir del malestar de otros, ahora mismo la crisis afecta a todos, si bien a unos más que a otros. Poco a poco, la gente del común va cayendo en la cuenta de que los males comenzaron en 2001 con el atentado a las Torres Gemelas, siguieron con la crisis financiera de Lehman Brothers, y estallaron con la pandemia y sus secuelas (no sólo médicas). ¿Será la maldición bíblica del siglo XXI? La desorienta­ción que lleva a la polarizaci­ón, la rapidísima adaptación –que nos dicen que es necesaria– a un mundo extravagan­te que ha desterrado la lógica imperante desde el siglo de la Ilustració­n, se han notado, y mucho, en España, que parece ir en vanguardia de los vertiginos­os cambios esenciales del ser humano.

No hay más que ver lo que son hoy las sesiones de las Cortes Generales y lo que eran hace solo unos años. Por no hablar de las de la época de la Transición, durante la que todos cedían algo para poder construir el futuro. No sé si es que sus señorías ya no creen en el futuro, pero sí en el pasado, pues hemos vuelto a escuchar ‘agradables’ epítetos de entonces. ‘Traidor’, ‘faccioso’ y así. Con una agresivida­d que ya llega a lo personal. Y se veía a algunos diputados levantar el puño en actitud amenazante. ¿No ha servido para nada el esfuerzo de la Transición?

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