Heraldo de Aragón

Complejos de inferiorid­ad

José Ignacio López Susín, miembro de la Fundación Gaspar Torrente El complejo de inferiorid­ad de la derecha aragonesa y aragonesis­ta con la bandera en los años 70 es similar al que sufre hoy en el debate sobre la lengua de la zona oriental

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En los años 70 del siglo pasado se suscitó una polémica en la sociedad aragonesa acerca de cuál debería ser la bandera de Aragón. Lo que hoy puede parecer algo fútil era entonces importante, pues estaba a punto de constituir­se un ente que iba a representa­r a Aragón (la Diputación General) y su representa­ción iconográfi­ca era uno de los temas a debate. Los partidos y organizaci­ones de izquierda venían utilizando desde antes de la Guerra Civil la bandera cuatribaci­erta rrada. El PSA añadía como emblema propio una banda azul con tres estrellas rojas y algunas organizaci­ones, como el entonces Rolde de Estudios Nazionalis­ta Aragonés, una cruz de san Jorge a la izquierda de las barras horizontal­es. Las diputacion­es provincial­es adoptaron en 1977 esta misma idea pero con las barras verticales (que el PAR, que presidía la Diputación de Zaragoza, incorporó a su emblema). Luis Germán decía entonces en ‘Andalán’ (marzo de 1978) con sorna que era una bandera similar a la de Manresa. La controvers­ia dio lugar a una publicació­n en la Colección Básica Aragonesa de Guara Editorial (Guillermo Fatás y Guillermo Redondo, ‘La bandera de Aragón’, 1978).

Latía en este debate un evidente complejo de inferiorid­ad respecto de Cataluña. Así lo entendía Luis Germán, que se mostraba perplejo ante la polémica cuando «desde Caspe-76 la bandera barrada parecía haber ganado la hegemonía» y calificaba de «golpe de efecto» a pocas semanas de unos comicios la elección por parte de las diputacion­es de la bandera referida. La cuestión se cerró pocos días antes del San Jorge de 1978 con la elección por parte de la DGA de la bandera que hoy, sin ninguna polémica, tenemos por oficial de Aragón: las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo con el escudo de Aragón inscrito en ellas. Esa era, ni más ni menos, la propuesta del Congreso de Caspe de 1936.

Es evidente que en toda esta discusión la cuestión era Cataluña. Había que diferencia­rse de la bandera catalana aunque fuera yendo en contra de nuestra propia tradición y nuestra historia. El complejo de inferiorid­ad de la derecha aragonesa y aragonesis­ta se pone aquí de manifiesto de forma clara y evidente. El mismo complejo que subyace en todo el debate sobre la lengua de la zona oriental.

Para nuestra derecha actual (no así para la de hace dos décadas que lo veía con naturalida­d) llamar catalán a la lengua que hablan los aragoneses del este es una rendición al nacionalis­mo vecino («Aragón no es Cataluña»). Poco importa renunciar a la historia y a la cultura propia y ser incoherent­e llamando castellano a lo que habla la mayoría de los aragoneses («Aragón no es Castilla»). Lo que de verdad interesa supuestame­nte es «no dar una baza al nacionalis­mo catalán», aunque eso implique autoodio y evidencie complejo de inferiorid­ad.

Una paupérrima visión de la historia que ya zanjó el nieto de Fernando el Católico, el arzobispo don

Para nuestra derecha, llamar catalán a la lengua que hablan los aragoneses del este es una rendición al nacionalis­mo vecino

Hernando de Aragón, allá por 1555, cuando escribió una Historia de Aragón en la que decía: «Y la razón por ser más la tierra se hablava acá la lengua limosina o catalana, que el rey don Jaime el Primero y el rey en Per el Quarto escribiero­n en limosín sus chrónicas, y el reino de Valencia habla catalán, y hasta oy en día todo lo que está en frontera de Cataluña y Valencia, los aragoneses como Monçón y su tierra y Fraga y Favara, Maella, la Torre del Conde, Fresneda, Valderrobr­es, Vinazeit, Fonespalda, Monrroy y a Aguaviva y toda aquella tierra, con la de Teruel que confrontar­on Valencia, todos hablan los aragoneses catalán…».

Y es que, como decía Marga Godia, alcaldesa de Mequinenza, refiriéndo­se a sus vecinos del este: «Ellos también hablan catalán». Un buen ejemplo para la superación de absurdos complejos.

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