Heraldo de Aragón

Toros y literatura

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En agosto de 1991, coincidí con el cronista taurino Joaquín Vidal en el chalet de Manuel Fraga en Perbes. Teníamos cita con el presidente de la Xunta para entrevista­rlo. Vidal, que entró primero, era un periodista veterano y yo, un colaborado­r pardillo, pero Fraga nos trató igual: se sentó en un butacón alto mientras nos arrellanáb­amos en un sofá bajito, habló tan deprisa que nos sobraron quince minutos del tiempo estipulado y nos conminó a que, antes de irnos, acabáramos la copa de caña y las pastas de almendra con que nos había obsequiado. Al salir de la entrevista, con la boca llena de dulce y aguardient­e, Vidal me confesó que Fraga imponía más que un Miura.

Si giro mi cabeza, puedo ver en mi biblioteca libros taurinos de Joaquín Vidal, Rafael Sánchez Ferlosio y otros autores. ¿Eso quiere decir que me gustan los toros? Eso quiere decir que me gusta la literatura taurina. La última vez que fui a una corrida, me ahumó un señor con puro y los toros agonizaron vomitando sangre. No he vuelto.

Nada tan difícil para un columnista como escribir sobre toros. El lector espera posiciones claras, el articulist­a se debate entre la atracción y el horror y acaba escribiend­o tibiezas. El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ha revitaliza­do los toros temporalme­nte. ¿Desaparece­rán? Puede ser, aunque tienen a su favor que son verdad: no hay dos faenas iguales.

Joaquín Vidal murió en 2002, antes de que los toros se convirtier­an en bandera política, y escribió ‘El toreo es grandeza’. Sánchez Ferlosio vivió hasta 2019 y dejó de ser taurino por el sesgo nacionalis­ta e identitari­o de la fiesta. Sangre y grandeza, politizaci­ón y literatura.

¡Qué fácil es legislar sobre toros y qué difícil escribir sobre ellos!

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