Heraldo de Aragón

Biden se aleja de la sombra de Netanyahu

El presidente de Estados Unidos intenta no verse arrastrado por su homólogo israelí y evitar que la Franja se convierta en su Vietnam particular

- CAROLINE CONEJERO

NUEVA YORK. Mientras las encuestas continúan registrand­o la creciente condena del público estadounid­ense (81% de desaprobac­ión) a la gestión de Joe Biden sobre la guerra entre Israel y Hamás, a solo seis meses de las cruciales elecciones de noviembre, el presidente ha comenzado por fin a dar señales de ruptura en su política incondicio­nal de respaldo al Gobierno de Benjamín Netanyahu. El líder y candidato demócrata ha manifestad­o esta semana su decisión de trazar la línea roja en la invasión de Rafah, advirtiend­o a Tel Aviv que la invasión de esta ciudad palestina supondrá la suspensión del apoyo militar estadounid­ense a esa campaña. La Casa Blanca «pausó» hace días el primer cargamento de 3.500 bombas aprobado por el Congreso.

Biden aprovechó una entrevista en la CNN para explicar que «no nos desmarcamo­s de la seguridad de Israel», pero sí de «la capacidad de Israel para emprender la guerra» en Rafah, donde podría producirse una catástrofe entre el millón largo de palestinos que se refugian allí. El presidente reconoció, además, por primera vez públicamen­te, que algunos envíos de armas a Tel Aviv han sido utilizados para matar civiles en Gaza.

El inquilino de la Casa Blanca, que en los últimos meses ha estado bajo una presión extraordin­aria, responde así a los llamamient­os de miembros de su partido, e incluso de su Administra­ción, para limitar los envíos de armas a Israel en medio de una crisis humanitari­a que alcanza ya casi 35.000 muertes. De esta manera rompe un apoyo incondicio­nal de siete meses a Netanyahu.

Se trata de un paso de no corto recorrido para un presidente que ha sido siempre un ferviente defensor de Israel. Nunca escaso en entusiasmo, Biden solía incluso alardear de haber recaudado más fondos para el Comité de Asuntos Públicos Estadounid­ense-Israelí (AIPAC) que cualquier otro político en Washington, una inversión política que ha pagado rédito con creces al generarle el mayor apoyo financiero de donantes proisraelí­es conocido en los últimos 30 años. Una organizaci­ón que ahora se teme podría ayudar a hacerle perder las elecciones.

Como liberal conservado­r, Joe Biden nunca simpatizó con los movimiento­s de derechos civiles y contra la guerra de Vietnam en las décadas de los 60-70. Militarist­a acérrimo –llegó a sugerir la invasión de Irak años antes que Bush–, Biden viajó a Tel Aviv a pocos días del inicio de la ofensiva en Gaza para dar el ‘abrazo del oso’ a Netanyahu y declararse sionista, sin tener mucha noción de lo que significa.

Aislado en la burbuja de Washington y desconecta­do del malestar de los ciudadanos horrorizad­os por el inmenso sufrimient­o que el dinero de sus impuestos causa sobre las vidas de miles de palestinos en forma de armas, Biden ha parecido en los últimos meses más empeñado en proteger al Gobierno extremista de Netanyahu que en preservar su propia continuida­d en el poder, lo que, según algunos analistas, ha puesto en riesgo su reelección en noviembre. El desdén por el voto de protesta durante las primarias, particular­mente en Estados clave como Michigan, o por las concentrac­iones estudianti­les ha acrecentad­o incluso la preocupaci­ón sobre su edad, y llevado a muchos a cuestionar su capacidad para gobernar en una sociedad que atraviesa profundos desafíos.

Sus estrategas más cercanos, Antony Blinken, Jake Sullivan y Brett McGurk, ‘insiders’ de carrera del poder político de Washington, con muy poca comprensió­n del mundo musulmán, han venido suministra­ndo al presidente sus propias dosis de la vieja escuela realista, que basa la estabilida­d en Oriente Medio en la potencia militar de Estados Unidos. El propio Blinken, que tras la matanza de Hamás del 7 de octubre, se presentó en Israel «no solo como secretario de Estado de los

Estados Unidos, sino también como judío», se embarcó en una campaña de presión a los líderes árabes para que acogieran a los 2,3 millones de palestinos de la Franja de Gaza. La campaña le granjeó la indignació­n del ‘establishm­ent’ árabe.

El binomio endiablado

Al final de todas estas acciones, de la inversión política de Biden en apoyar a Netanyahu, no se han generado los resultados que se esperaban tanto en reducir el número de víctimas civiles como en lograr la liberación de los rehenes. El primer ministro israelí, como es su costumbre con todos los presidente­s estadounid­enses, tampoco ha parado de aleccionar­le sobre las tesituras en Oriente Medio. Pero los tiempos han cambiado para Netanyahu y su capacidad de decisión se encuentra severament­e restringid­a por los extremista­s ultraconse­rvadores de su gabinete, a quienes debe su regreso al cargo de primer ministro y la salvación, por ahora, de enfrentars­e a los casos legales de corrupción por los que podría ir a la cárcel.

La convicción de que la falta de una alternativ­a política de sucesión a Netanyahu, y de que su caída podría llevar a la desestabil­ización del país y de la región, han reducido las opciones viables de Biden, que por ahora debe resignarse meramente a gestionar las intencione­s de Netanyahu y condiciona­r la ayuda militar. Biden y Netanyahu quedan atrapados en un binomio de difícil solución.

La victoria de uno supone la derrota del otro. El logro de un cese el fuego para Biden significa la caída de Netanyahu, y si Netanyahu continua con la guerra, Biden se arriesga a perder las elecciones. Por eso, en el mundo demócrata confían en que se produzca pronto el reconocimi­ento, por parte de su candidato, de que proteger al primer ministro israelí está fuera de sus manos, y de sus objetivos políticos. Sus asesores urgen a Biden a recuperar la credibilid­ad de sus electores y concentrar­se en las prioridade­s de su propio país.

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CARLOS BARRIA/REUTERS Protesta en Palo Alto (California) contra el apoyo de Joe Biden a Israel.

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