Heraldo de Aragón

El saludo del milano

- Mgallego@heraldo.es

Vuelvo a Jaca y el Pirineo me recibe esplendoro­so. Cumbres nevadas, frondosas laderas y ríos que discurren bravos acrecentad­os por las persistent­es lluvias de marzo que han rellenado el subsuelo y han pintado de verde intenso la floresta. Paseo por el centro de la antigua capital del reino y un milano real se acerca desde el norte. Sobrevuela danzarín la plaza de Biscós de Jaca con inconfundi­bles maniobras y regates que interpreto como una aérea y divertida ceremonia de bienvenida. La silueta de la majestuosa rapaz se recorta en el claror de la soleada mañana de cielo azul y las piruetas de su habilidoso planeo atrapan los ojos de este observador, ávido de señales que, como esta, le reconectan con su origen y su entorno primero. El milano es fácil de identifica­r con sus largas alas acodadas provistas de una caracterís­tica mancha blanca que lo diferencia de otras rapaces pirenaicas, como el buitre, que pueblan los montes de la redolada. Es un ave que me cautivó desde niño, cuando más allá de Villamaría nos internábam­os en el chopar camino de la fuente de San Lure durante nuestras aventuras infantiles por unos alrededore­s silvestres copados hoy por extensas urbanizaci­ones residencia­les.

En el paseo de la Cantera, privilegia­do mirador sobre el cauce del río Aragón, los pueblos de la Solana brillan en una tarde apacible. Al fondo de la vaguada las aguas corren impetuosas y refulgen plateadas como un torbellino en los meandros. Llegan los ecos de los cantos rodados que entrechoca­n en el fondo arrastrado­s por la furiosa corriente. El Aragón baja rápido y caudaloso alimentado por las recientes nevadas y el estiaje. El río que bautiza esta tierra expresa toda su soberbia bajo el puente de San Miguel. Este tramo urbano del Camino de Santiago continúa hacia el llano de la Victoria a los pies de la peña Oroel, que se ha deshecho del manto blanco que la cubría hace una semana y conserva unos pocos y discretos neveros en alguna de las grietas que esculpen esta colosal masa rocosa que identifica orgullosa a la localidad pirenaica. Ajena a los vaivenes humanos, la primavera sale al rescate del agobiado urbanita que otra vez se vuelve a asombrar.

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