Heraldo de Aragón

De cristinas y sultanas a los ‘New York rolls’

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un refrán que dice que a nadie le amarga un dulce, aunque tenga otro en la boca. Uno puede ser una cristina y otro un ‘New York rolls’. Si se pregunta en la calle, una parte de los ciudadanos no conocen los primeros y otros los segundos. Esto refleja la constante evolución que vive la pastelería, la bollería y la repostería.

Obradores con solera se complement­an con otros más vanguardis­tas y juntos caminan entre la tradición y la innovación. De unos hornos salen diariament­e berlinas, tortas, bollos, conchas rellenas de merengue y el enrejado de cabello de ángel. De otros, ‘cinnamon rolls’ y novedosas creaciones.

No obstante, a pesar de que la bollería y la pastelería sean conceptos diferentes, hay piezas en las que la línea cada vez es más fina. Las múltiples elaboracio­nes y técnicas las unen en momentos. «A veces ya no estamos ante un simple cruasán y ya está, sino que mucha gente los compra como postre de una comida», analiza Raúl Bernal, propietari­o de Lapaca de Huesca, con el título de mejor chocolater­o de España y autor del mejor bombón artesano del país.

En Zaragoza, las calles de Pedro Joaquín Soler y de Santo Dominguito de Val forman una de las esquinas que mejor huelen de la ciudad: allí están Los Mallorquin­es. Esta pastelería, fundada en 1952, es guardiana de parte del patrimonio laminero.

La visita a su obrador coincide con la salida de los chocolater­os del horno. Es simplement­e la masa de ‘petit choux’, todavía no tienen el interior de crema ni visten de chocolate. En la sección de más pastelería están los flanes chinos, merlins o pasteles de bizcocho, entre otros muchos. «Y estos son tocinos de cielo, que preparamos con las yemas de las claras de los merengues», explica Miguel Catalá, que junto a sus hermanos Jaime y María Jesús gestiona las tres tiendas de la capital aragonesa.

Catalá destaca otro tradiciona­l producto: los chachepó –un dulce de yema con maicena que adorna con un par de guindas–. Es media mañana y apenas quedan dos condes en el mostrador –triángulos isósceles de hojaldre con interior de nata–. Estos hermanos heredaron las fórmulas de sus antepasado­s.

«Seguimos las mismas recetas que hacía mi abuelo», cuenta también Elisa Lorda, cuarta generación de la Pastelería Lalmolda. La fundó su bisabuelo en 1920 con 104 años se ha convertido en un fortín de algunos lamines. El escaparate de Lalmolda es como una señal de ‘stop’ para los viandantes de la calle de Méndez Núñez. Cualquiera se convierte en niño cuando sus ojos divisan productos de siempre que hay al otro lado del cristal. «Hay señores que nos dicen que estos dulces ya se los compraba su abuelo», agradece Lorda.

Entre ese ‘alijo’ tradiciona­l se encuentran las cristinas, un ovalado bollo con el centro de crema pastelera y coco por encima. En otra bandeja están las pequeñas sultanas de merengue. Sus rosquillas de anís gozan de cierta fama, al igual que los susos rellenos de crema y de cabello de ángel. En el interior de la pastelería ese amplio abanico de dulces se extiende con cafeteros, marinos de trufa y nata para los fines de semana o brevas, que muchos obradores artesanos han dejado de elaborar por su costoso proceso. «No es fácil porque hay que haHay

Las suelas, brevas, enrejados o las sultanas han desapareci­do de algunos obradores, pero todavía se pueden encontrar en otros

«A veces ya no es un simple cruasán y ya está, sino que mucha gente los compra como postre de una comida»

cer la masa, freírla, rebozarlas en azúcar, rellenarla­s...», explica Elisa. Al fondo del mostrador están los secaditos, que venden constantem­ente: «Son los restos del obrador los metemos al horno con azúcar para secarlos y, después, se emborracha­n». En otras localidade­s, como Calatayud, se conocen como carquiñone­s.

El cariño por todos estos bocados se aprecia tanto en la tienda como en los desayunos que envían a domicilio. «Comenzamos a hacerlos durante la pandemia, cuando la gente no podía salir de casa, y se han convertido en una opción muy demandada para días clave, como San Valentín, Día de la Madre...», analiza Lorda.

Estas familias pasteleras, como tantas otras, son portadoras de un patrimonio dulce que perdura en sus escaparate­s. «Estamos agradecido­s a los aragoneses que nos siguen comprando –confiesa Elisa Lorda–. Hay gente conciencia­da que aprecia la calidad». «Para nosotros es un orgullo seguir la tradición de nuestros padres», valora Catalá.

La artesanía es un mandamient­o para ellos, al igual que las materias primeras «de calidad», señalan. «No es una forma de hacer, sino una manera de ser», reproduce Catalá, en el horno, que es la cuna de las ensaimadas en Aragón.

EL ‘BOOM’ DE LA BOLLERÍA. En la actualidad, la oferta de bollería cada vez es más nutrida y coloniza los escaparate­s y mostradore­s de las pastelería­s. A la familia cruasán han llegado los ‘crosticks’ –en forma de churro–, el ‘cruffin’ –de magdalena–, como cucuruchos, ‘pain’ o ‘cronut’ –como si fueran Donuts–.

 ?? FRANCISCO JIMÉNEZ ?? El escaparate de la Lalmolda desde el interior de la pastelería, en la calle de Méndez Núñez de Zaragoza.
FRANCISCO JIMÉNEZ El escaparate de la Lalmolda desde el interior de la pastelería, en la calle de Méndez Núñez de Zaragoza.
 ?? FRANCISCO JIMÉNEZ ?? Chocolater­os recién horneados, en el obrador de Los Mallorquin­es de la capital aragonesa.
FRANCISCO JIMÉNEZ Chocolater­os recién horneados, en el obrador de Los Mallorquin­es de la capital aragonesa.

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