Heraldo de Aragón

Que nadie duerma

- Pablo Ferrer

No sé cuántos de ustedes habrá visto en cine o plataforma­s (está en la del gigante de los envíos, ya saben) la película ‘Que nadie duerma’, protagoniz­ada por Malena Alterio, ganadora del Forqué a la mejor actriz hace unas semanas y candidata firme a llevarse el Goya en la misma categoría este próximo sábado en Valladolid. Cada vez me cuesta más juzgar un impulso creativo en su totalidad, y menos destacar aspectos concretos que lo empobrecen o, por el contrario, lo elevan a mis ojos, y Alterio lleva esa genética actoral de su apellido hasta la luna en este esfuerzo sublime. Contenida o histriónic­a, siempre cuando toca, abrumadora en el registro y la naturalida­d, la hermana de Ernesto e hija de Héctor invierte las presentaci­ones en su familia, marcadas hasta ahora por la correlació­n de edad y méritos: Ernesto será su hermano mayor y Héctor, su padre. Destaca además el guión, brillante, y el admirable pulso narrativo del filme, que firma Antonio Méndez Esparza. El meollo de la historia (cero ‘spoilers’, palabrita de joven explorador) es tan cotidiano como un café con churros: abuso laboral, responsabi­lidades acumuladas, amores y desamores, sonrisas y lágrimas, serenidad y fatalidad. Lo que hace extraordin­aria esta trama es, sobre todo, ella y su candor apocalípti­co, el modo en que encaja las bofetadas en ambas mejillas sin la certeza de atajarlas cuando regresen y, al mismo tiempo, con la convicción de que huir hacia adelante es siempre la respuesta. El amor, la gasolina para seguir caminando, no basta ni restaña todas las heridas. El desenlace excede la calificaci­ón moral y entronca con el concepto de olla a presión. Hasta ahí puedo leer, que decía (ahora revelo mi edad) Mayra Gómez Kemp.

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