Heraldo de Aragón

El ‘cop de falç’

Las fábulas nacionalis­tas (todos los nacionalis­mos las inventan, incluido el español) tienden a imponerse, especialme­nte en las mentes poco instruidas en historia

- Guillermo Fatás

El nacionalis­mo aragonés es y será fallido porque el localismo en Aragón no sabe ser teratógeno. No crea monstruos. Un texto escolar zaragozano (R. Fuster, 1884) hace catalán al valenciano Santángel, adjudica a Cataluña la financiaci­ón del Descubrimi­ento y asegura que el edil barcelonés Fivaller humilló al rey Fernando I. Así no hay nacionalis­mo que medre.

En aquella España de 1880 a 1918, (digamos que cuando Costa y Cajal) todo se regionaliz­ó, según certera expresión de JoséCarlos Mainer. Surgieron el nacionalis­mo vasco, antiespaño­l y separatist­a desde su cuna, y el catalán, ruidoso, teatrero y proteico. Ambos con adobos racistas: el vasco, en sumo grado. Y Bartolomé Robert, que fue alcalde de Barcelona en 1898, definió el ‘cráneo catalán’. Los dos tienen bonitas estatuas en su tierra natal.

Ambos nacionalis­mos germinaron. El PNV segregó dos escisiones mayores: la ANV de Luis Arana (aún más cerrado que su hermano menor Sabino) y la ETA, matriz de Batasuna, hoy Sortu. También el separatism­o catalán se ha duplicado desde el engendro abigarrado de Esquerra (ERC) en la II República. Acogida por Maragall y Montilla, ERC gusta más del apaño con ‘Madrit’ que Junts per Catalunya, donde anida el prófugo Puigdemont, y que es la fruta derechista y xenófoba (eso dicen los esquerrist­as) brotada del compost pujoliano.

Del mismo modo que militar no significa militarist­a, nacional no equivale a nacionalis­ta. El nacionalis­ta es víctima, a menudo consciente, del localismo. JoséCarlos Mainer lo describió con gracia: localista es quien decide quedar «al margen de la historia más central viviendo de sus propios jugos». El nacionalis­mo español también es un localismo, pero (a causa de su pasado mapamundi) más amplio de miras que el vasco y el catalán. Y, aun con todas sus fábulas, no supera a los otros dos, cuya colección de embustes es inigualada­mente vasta y acrítica. Incluso se ve en banderas e himnos, si se sabe mirar.

La bandera vasca es la de un partido que pretendía (según Indalecio Prieto) crear en España «un Gibraltar vaticanist­a». Y pocos españoles saben, catalanes incluidos, que la Generalida­d tiene su escudo, pero Cataluña, no.

El himno vasco podría haber sido, y así se esperaba, el ‘Gernikako arbola’, que canta al roble vizcaíno como símbolo de paz para el mundo. Pero Arana tenía tirria (y celos) a su autor, Iparraguir­re, vasco hasta el tuétano y español proclamado. Por eso el PNV impuso la música del insípido ‘Gora ta gora’ (¡Viva y viva!), que es su himno con otro nombre y sin letra. Los vascos viven simbólicam­ente bajo el ala del aranismo.

El himno catalán ‘Els segadors’ es tan inventado como el ‘Mil.lenari de Catalunya’ (en 1990 se celebró el milenio de una fecha ‘catalana’ en la que ni existía aún la palabra Cataluña). No nace de la guerra ‘dels segadors’ de 1640 (como aparenta), ni de la de Sucesión de 1700. Es del siglo XIX, canción de Francesc Alió (1892), que hubo de retocarse porque ya el primer verso hablaba de «Catalunya, comtat gran» cuando Cataluña, que nunca fue reino, tampoco fue condado, grande ni pequeño. Empezó mal la cosa. Lo que se canta hoy es un arreglo de Emili Guanyavent­s (1896): «Catalunya, triomfant…». La letra le parecía al poeta nacionalis­ta Josep Maria de Sagarra ruda y demasiado separatist­a. En teoría, se remite a una rebelión payesa contra los abusos de la soldadesca regia. En 1892, Alió lo reescribió, pidiendo un ‘bon cop de falç’, un fuerte golpe de hoz para defender a Cataluña, antaño ‘rica i plena’ y luego esquilmada por España. (Dónde irá el buey que no are). El himno aparenta así una antigüedad que no posee.

‘Cop de falç’

La gran mayoría de nuestros políticos ignora estas cosas, por creerlas irrelevant­es. No condenan las ofensas oficiales, institucio­nalizadas, contra símbolos de España como la bandera (quemada, retirada) y el himno (abucheado). La bandera de España está proscrita de muchos balcones oficiales desde donde se canta la lucha heroica de ‘els segadors’. Tales ofensas no son reprimidas, ni sancionada­s, ni aun reprendida­s por autoridade­s obligadas de oficio a hacer cumplir la ley.

Pero ¿de qué segadores se trata? Si las ‘barras’ nada tienen que ver con Wifredo el Velloso, el ‘cop de falç’ alude en origen a los amoríos de un segador muy bien dotado para las artes venéreas. Lo cuentan varias cancioncil­las muy antiguas. Una cuadrilla ambulante de segadores se alquila por los pueblos. Y uno de ellos, joven, fuerte y con una ‘hoz’ pulida y afilada, es invitado por una dama a que le trabaje un campo muy peculiar y amable, resguardad­o del sol y de la lluvia, cuyo centro es un suave arroyo. La canción dice que el segador se aplica a fondo y la dama le ofrece «ous i butifarra», para que no desfallezc­a y mantenga sus gozosos golpes de hoz, que llegan a casi cuarenta.

Ese fue el prístino ‘bon cop de falç’. Más sensato que los de ahora, si bien no menos presuntuos­o.

El ‘cop de falç’ del actual himno catalán aludía en origen a la potencia sexual de un atractivo jornalero ambulante

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