Heraldo de Aragón

Las que desterraro­n los oficios de género

- MÓNICA FUENTES RUIZ

Varias zaragozana­s que participar­on en los cursos de las Casa de Mujer a inicios de siglo relatan cómo lograron romper las barreras en trabajos que se considerab­an masculinos

Mujeres con ‘mono’ de trabajo. Con este explícito título se daba cuenta en la prensa de inicios de siglo de cursos de la Casa de la Mujer que rompían la barrera de acceso a empleos masculiniz­ados. Eran tiempos de cambio, de mujeres valientes que querían acceder al mercado laboral o mejorar su empleo (y sobre todo su salario). De amas de casa que querían labrarse un futuro y asaltar los trabajos mejor pagados; los que ocupaban ellos. Tanto tirón tenían los cursos que decenas de aspirantes dormían en la calle para ser las primeras en poder inscribirs­e y elegir ocupación. Yolanda San Agustín, pluriemple­ada de 28 años entonces, se encontraba entre ellas. «Estaba vendiendo seguros, de monitora de autobús y dando clases particular­es. Y entre los tres trabajos no lograba tener un buen sueldo», recuerda. Se decantó por ser conductora de autobús y, en cuanto aprobó la formación, logró un empleo. Y no fue lo único que se llevó. Durante las horas de fila en la calle a las puertas de la Casa de la Mujer conoció a Marta Requemen, en la actualidad taxista rural en Tauste, con la que trabó una amistad que continúa todavía.

Se cuentan por miles las zaragozana­s que lograron un trabajo tras la formación que recibieron en la Casa de la Mujer, con cursos que en su máximo apogeo alcanzaron un 44% de inserción laboral. Pero «una cosa son las cifras, y otra muy distinta el corazón y el cerebro que le pones a las cosas». Así lo considera Elena Cepero, que trabaja desde hace 26 años para la entidad, y que reconoce que se emociona al escuchar a las antiguas alumnas por la «calidez humana y el reconocimi­ento» que les ponen de manifiesto.

Eran mujeres de armas tomar. Pioneras al abrirse camino en oficios de hombres. Fontaneras, jardineras, soldadoras, carretille­ras, vigilantes de seguridad, conductora­s de autobús... «Ha habido campos en los que los que hemos abierto camino. Trabajábam­os con ellas y también con las empresas», recuerda Cepera, que destaca cómo ya en los años 80 y 90 del siglo anterior, un tercio de las zaragozana­s mayores de 25 años que accedieron a la Universida­d lo hicieron gracias a la formación que recibieron en la Casa de la Mujer.

Encarna Gállego, jubilada de 68 años, se apuntó al curso de vigilante de seguridad porque era el único que tenía plazas y asegura que fue «el trabajo de su vida». Trabajaba en la hostelería, aunque dice que nunca le gustó, y asegura que sus tortillas de patata «eran famosas». «Me eché la manta a la cabeza a los 52 años, y di un giro a mi vida de 180 grados», recuerda. En cuanto completó la formación la contrataro­n, y trabajó como vigilante durante varios años. Completó su vida laboral como alguacil de Puendeluna, un pequeño pueblo de las Cinco Villas.

Cerca de allí, en Tauste, vive Marta Requemen, la amiga de Yolanda, que ofrece con su taxi viajes «para todas las necesidade­s, viajes locales, eventos especiales, de manera segura, confortabl­e y eficiente». Bajó a Zaragoza de propio para el curso de conductora de bus y lleva 18 años con una furgoneta de ocho plazas haciendo viajes a consultas médicas, traslados para bodas y recogiendo a jóvenes cuando se van de fiesta. Al poco tiempo de acabar el curso, empezó a conducir un autobús en la empresa del pueblo. «No tuve ningún problema con el mozo que me contrató. La gente cuando me veía se quedaba extrañada», explica. Optó, un tiempo después, por poner en marcha en Tauste un taxi rural y, tras años de tramitació­n administra­tiva, sigue al frente del negocio (taximarta.es).

«Hija mía. ¿Nos vas a llevar tú?» Su amiga Yolanda San Agustín lo tuvo un poco más difícil. No era frecuente entonces ver a una conductora de autobús al volante. «Cuando subían señores, como parecía joven, me decían: Hija mía, ¿nos vas a llevar tú? Yo le solía decir: Además es mi primer día. Su cara era un poema», explica. En la actualidad es vicepresid­enta de la Federación de Peñas del Real Zaragoza y, cuando va a representa­r a las peñas, indica que algunos piensan que es la secretaria.

Ana María Díaz comenzó como vigilante de seguridad, pero se fijó más altos objetivos. «Me saqué el permiso de armas, hice el curso de escolta. Quería proteger a víctimas de violencia de género y acabé siendo escolta de juezas y políticas en Navarra», dice. Ahora, ya jubilada, reconoce que eran trabajos «complejos y de hombres». A las demás mujeres les dice: «Hay que ser valientes, valemos para todo, querer es poder».

Como quiso y pudo Beatriz Blánquez, que cambió su empleo en una tienda por un trabajo en una fábrica como almacenera. «Me avisó mi prima de que salían los cursos y me apunté. Tenía 30 años y mi chica solo dos», detalla. Se considera pionera y declara que era «lanzada». Su marido la apoyó y su padre le decía: «No te asustas con nada». Logró un contrato en Pikolin y le brindaron una buena acogida: «Había mucha gente joven y estuve encantada». Al título de almacenera sumó el de conductora de autobús.

La importanci­a del sector logístico en Zaragoza hace que el curso de carretille­ra y pick up se mantenga todavía. Al diseñar el programa formativo, se atendía a los nichos de empleo y a oficios donde la mujer estaba subreprese­ntada. Aunque abrían la puerta a que los hombres aprendiera­n empleos femeninos, su demanda era escasa; quizá, porque los sueldos eran inferiores a los de ellos. Elena Cepero explica que los cursos de cocina han tenido tirón entre los alumnos. No ocurre lo mismo con los de igualdad, la asignatura pendiente: «Programamo­s uno sobre masculinid­ad y lo tuvimos que suspender por falta de asistencia».

Recuerda la concejala de Igualdad, Marian Orós, que la Casa de la Mujer es un referente, que se «ocupa y preocupa» de las mujeres desde hace cuatro décadas. Este año ofrece 47 cursos, con 347 plazas, y las inscripcio­nes se llevarán a cabo el 7 y 8 de febrero. Desde su área buscan «innovar, reforzar los talleres exitosos y buscar alguno nuevo, pues la Casa de la Mujer evoluciona según evoluciona la sociedad», explica.

El paso de los años y la experienci­a ayudan a valorar el camino recorrido y lo que queda por hacer. La igualdad, dicen las que desterraro­n los oficios de género, «es cosa de dos», y sin la implicació­n del hombre es imposible.

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GUILLERMO MESTRE Ana María Díaz, Yolanda San Agustín, Elena Cepero y Encarna Gállego, en la Casa de la Mujer.

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