Heraldo de Aragón

El Cid recibió el apodo del ‘Campeador’ tras ganar una ordalía o ‘juicio de Dios’

Una investigac­ión de Roberto Delgado y el aragonés Alberto Montaner revela el origen del sobrenombr­e de Díaz de Vivar Tuvo que luchar en combate para dirimir el pleito por un castillo

- MARIANO GARCÍA

ZARAGOZA. ¿Por qué el Cid era ‘el Campeador’? Los testimonio­s escritos más antiguos del apodo se remontan a su carta de dotación a la catedral de Valencia de 1098 y la posterior ampliación que hizo su viuda tres años más tarde. En ellos se lee la palabra ‘Campidocto­r’, campeador. La explicació­n más difundida hasta ahora apuntaba a que había recibido este sobrenombr­e por su maestría en los campos de batalla, de los que siempre salió victorioso.

Pero una investigac­ión de dos historiado­res, Alberto Montaner y Roberto Delgado, ha logrado establecer el porqué de su apodo. Y la razón es bien distinta. El Cid representó al rey Alfonso VI en uno de esos ‘juicios de Dios’ tan populares hoy gracias a las películas, pero reales y documentad­os históricam­ente. Y ganó el combate. Esos juicios, conocidos también como ordalías (término muy posterior y de origen anglosajón) se denominaba­n en aquella época en la Península Ibérica ‘campeatura­s’, como ha podido atestiguar­se gracias a un documento que se conserva en el monasterio de San Millán de la Cogolla.

«En sus trabajos de investigac­ión, el historiado­r Roberto Delgado reparó en un documento del ‘Becerro Galicano’ que se conserva en ese monasterio –relata el aragonés Alberto Montaner, catedrátic­o de Literatura Española de la Universida­d de Zaragoza–. Ese documento hace referencia a un pleito de 1097 entre los vecinos de las localidade­s de Tobía y Matute frente a los de Coja por un problema de acceso a los pastos. Un representa­nte de cada parte se presentó ante el conde de Nájera, García Ordóñez, y declaró bajo juramento. Como no había manera de saber cuál de las dos versiones era la real, el pleito se dirimió recurriend­o a una figura legal poco frecuente, a la que el documento llama ‘campeatura’ y por la cual se celebraba un combate entre representa­ntes de ambos bandos. En aquella ocasión ganó el que peleaba en nombre de Coja (hoy Villaverde de Rioja)».

El ‘Becerro Galicano’ (galicano es por estar escrito en la letra carolina o francesa popular en España a partir de finales del siglo XII) es un volumen que reúne copias de documentos que se considerab­an importante­s y que, al estar encuaderna­dos, se conservaba­n mejor y resultaba más difícil que se perdieran. El documento que estudiaba Delgado no tenía nada que ver con el Cid, pero le llamó la atención la palabra ‘campeatura’ y se puso en contacto con Montaner, el mayor especialis­ta en la figura del Cid.

«No hay muchos testimonio­s históricos de las ‘campeatura­s’ en la corona castellano­leonesa, pero en Cataluña hay varios, entre ellos unos seis fechados entre los años 1070 y 1076, que correspond­en aproximada­mente a la época en la que el Cid recibió su sobrenombr­e –añade Alberto Montaner–. Así que en aquel momento sí constituía­n una posible solución cuando los pleitos llegaban a un punto muerto. Se recurría de este modo a ciertas pruebas trascenden­tes en las que se entendía que había una justicia cósmica, o divina, que emitía su juicio. Pruebas en las que se considerab­a que Dios no podía permitir que se castigara gratuitame­nte a un inocente. Este procedimie­nto hoy nos deja perplejos: nadie cree que la inocencia o culpabilid­ad de un acusado se pueda dirimir con la prueba del caldero o del hierro candente y esperando a ver, días después, si las heridas cicatrizan o no. Pero hay que ponerse en la mentalidad de la época, estaban convencido­s de que funcionaba».

Inocente o culpable

En las ‘campeatura­s’, cada bando en litigio elegía a un combatient­e que le representa­ra. Se sabe muy poco de su reglamenta­ción aunque «en algunos fueros se habla de combate con escudo y bastón. Cuando intervenía­n nobles no está claro si combatían con esas armas o con las suyas propias, las de verdad. Pero parece que eran duelos que no necesariam­ente acababan con la muerte de uno de los dos contendien­tes. El escudo segurament­e era una rodela pequeña y el bastón una vara de madera, ambos de idéntico grosor y longitud. Se procuraba que los dos combatient­es fueran parejos en edad, físico y experienci­a bélica».

Pese a sus intuicione­s, Montaner y Delgado tenían que ligar la biografía del Cid con la ‘campeatura’. Y la segunda clave de su investigac­ión la dio el ‘Carmen Campidocto­ris’, un poema medieval del siglo XII inspirado por la figura del Cid, en el que se dice que obtuvo el apodo «luchando en una lid singular».

¿Y cuál pudo ser ese combate? Todo apunta en una dirección: el duelo que libró Rodrigo Díaz de Vivar para dirimir la propiedad del castillo riojano de Pazuengos, que Alfonso VI se disputaba con el gobernador navarro Jimeno Garcés (en el siglo XI buena parte de La Rioja pertenecía a la corona navarra). ¿Cuándo se produjo? Los especialis­tas han barajado dos posibilida­des, aunque se decantan por una de ellas.

«Hay dos momentos posibles, aunque creemos que fue en 1074, año en que el rey Alfonso VI llegó al monasterio de San Millán de la Cogolla con toda su corte para confirmar los privilegio­s que sus antepasado­s le habían otorgado al monasterio y concediénd­ole derecho de pastos en todo su reino. Es la fecha por la que nos inclinamos, aunque no se puede descartar por completo otra posibilida­d, el año 1076, cuando Sancho IV murió asesinado y Ramiro I entró en Navarra y Alfonso VI en La Rioja. En ambos momentos era un Cid joven, menor de 30 años, que ya se había distinguid­o en las guerras fratricida­s entre Castilla y León, cuando el rey Sancho II intentó reunificar el reino. Se había destacado tanto que hay fuentes que lo mencionan como alférez, algo parecido a jefe de la guardia real», concluye Montaner.

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ANTONIO GARCÍA Estatua que representa a Rodrigo Díaz de Vivar en la localidad de El Poyo del Cid.
 ?? CONSORCIO CAMINO DEL CID ?? El testimonio original. El ‘Becerro Galicano’ de San Millán de la Cogolla es una de las fuentes historiogr­áficas más importante­s de la Edad Media. El volumen tiene 246 folios, en letra carolina, y los especialis­tas creen que se escribió en los últimos seis años del siglo XII, a cargo de un único amanuense. La documentac­ión comprende un periodo de más de cuatro siglos (7591194). Uno de esos documentos (en la foto) es el que hace referencia a la ‘campeatura’ (en el óvalo).
CONSORCIO CAMINO DEL CID El testimonio original. El ‘Becerro Galicano’ de San Millán de la Cogolla es una de las fuentes historiogr­áficas más importante­s de la Edad Media. El volumen tiene 246 folios, en letra carolina, y los especialis­tas creen que se escribió en los últimos seis años del siglo XII, a cargo de un único amanuense. La documentac­ión comprende un periodo de más de cuatro siglos (7591194). Uno de esos documentos (en la foto) es el que hace referencia a la ‘campeatura’ (en el óvalo).

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