Heraldo de Aragón

Fallece Felipe Ocampos, mítico delantero centro de los años 70

El Real Zaragoza confirmó ayer el fallecimie­nto, en su ciudad natal, Asunción (Paraguay), a los 78 años de edad Jugó cinco temporadas en el club aragonés

- J. MIGUEL TAFALLA

ZARAGOZA. El Real Zaragoza confirmó en la tarde de ayer el fallecimie­nto de Felipe Ocampos, mítico delantero centro del club aragonés en los años 70, en los primeros años de aquella década. Tenía 78 años de edad.

Fichado en la temporada 69/70 por Rosendo Hernández, del Guaraní, siendo ya internacio­nal con su selección nacional, con Paraguay, Ocampos defendió la camiseta del Real Zaragoza hasta la campaña 73/74. Jugó en esas cinco temporadas 130 partidos oficiales y anotó cuarenta y dos goles. Vivió el declive de Los Magníficos y, de alguna manera, alumbró el inicio de otra etapa dorada: la protagoniz­ada por los

Zaraguayos, con Nino Arrúa y Lobo Diarte como estandarte­s.

Fue Ocampos el primero de los paraguayos fichado en aquellos años y destacada pieza de transición entre Magníficos y Zaraguayos, en un periodo de la historia del club en el que se sufrió un traumático descenso del equipo a Segunda División –del que enseguida se recuperó desde el punto de vista deportivo– y una tremenda tensión social con el presidente Alfonso Usón.

Fuerte, poderoso en el juego aéreo, valiente y bravo ante las defensas contrarias, se convirtió en uno de los grandes ídolos de La Romareda durante aquellos años. Fueron memorables sus enfrentami­entos abiertos, a pecho descubiert­o, con muchos defensores rivales, en particular con los madridista­s De Felipe y Benito, cuando el fútbol se jugaba de otra forma y la dureza de los centrales estaba más que admitida. Ocampos nunca se arrugaba. Siempre iba hacia adelante. De temperamen­to caliente y carácter marcado, hasta La Romareda le obligaba a sujetarse o controlars­e en ciertos momentos. Era un delantero centro clásico. Iba muy bien por arriba. Posiblemen­te, se trataba de su mejor virtud. Los centros al área en busca del remate de cabeza de Ocampos constituye­ron un gran argumento en sus equipos, no exentos, por otra parte, de talento. Dicen sus compañeros, como Javier Planas, que fuera del campo era otra persona. Se transforma­ba. «Era –recuerda Planas– una extraordin­aria persona, un gran amigo, de un corazón enorme. No le cabía en el pecho. Su muerte es para todos nosotros una noticia muy triste».

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