Chulería y malos modos
«No me interesa lo más mínimo escucharles». Haciendo gala de su chulería habitual y sus también habituales malos modos, Javier Ortega Smith se levantó ayer de su escaño de concejal y abandonó el salón de plenos del ayuntamiento madrileño, acompañado del resto de concejales de Vox. No quiso asistir a su reprobación, que apoyaron PP, PSOE y Más Madrid.
Días atrás, en un agrio debate, se había acercado al escaño de un concejal de Más Madrid y con un gesto desabrido le tiró una botella de agua. Ante la falta de respeto y la agresividad durante un acto institucional, el resto de los partidos criticaron su comportamiento, que ha acabado en la mencionada reprobación.
Vox lleva tiempo situándose al margen de la corrección política. En las últimas semanas ha rebasado el marco legal en las concentraciones de protesta ante la sede del PSOE. En un partido como Vox, que presume de defender el orden y denuncia sistemáticamente los actos contrarios al respeto constitucional, actitudes como las de Ortega Smith y otros miembros de Vox tendrían que obligar a que Santiago Abascal tomara decisiones contundentes con quienes demuestran una agresividad exacerbada. Verbal, pero en algunas ocasiones también física. El problema es que el propio Abascal parece estar conforme con que desde su partido se promuevan ese tipo de situaciones.
Vox no es, ni de lejos, el partido de sensatez y patriotismo que aparentaba y que atrajo a millones de ciudadanos. Eso le está pasando ya factura.
Varios de sus dirigentes más valiosos han abandonado el partido. De hecho, tiene Vox serias dificultades para encontrar candidatos de valía y ha promovido a personajes de nula experiencia política, pero que se mueven bien en la bronca y el insulto.
El Ayuntamiento de Madrid ha parado los pies a Ortega Smith, que fue secretario general del partido. Pero solo Abascal puede conseguir que Vox deje de ser el partido más ultra y menos democrático de los partidos de la extrema derecha europea.