Heraldo de Aragón

Carmelo Abío Lupón

In memoriam

- JUAN ANTONIO GRACIA

ZARAGOZA. Se nos ha muerto el querido e inolvidabl­e Carmelo. En silencio, tal como vivió, sin llamar la atención, sin molestar a nadie, teniendo a su lado solamente a los suyos, a los seres que más quería. La discreción y la modestia, el respeto y la sencillez, verdaderas señas de identidad de la rica personalid­ad de Carmelo durante su paso por este mundo le acompañaro­n también en la muerte, sin duda el acontecimi­ento más augusto y trascenden­te de la vida humana.

Hizo de su taller mecánico de coches la parábola de su vida. Tenía una auténtica pasión por la obra bien hecha y en la búsqueda permanente de la excelencia huía de la improvisac­ión y las prisas y, sobre todo, de la torpeza y la chapuza. Genio y figura hasta la sepultura.

A veces chanceábam­os en pleno campo de honor del trabajo y le decía para halagarlo que tenía un taller que parecía un clínica suiza y él me respondía parodiando las palabras de Machado: Despacito y buena letra/porque el hacer bien las cosas /importa más que el hacerlas. Por eso no extraña que le llovieran clientes llegados de toda España a nuestra ciudad.

Los orígenes profesiona­les de Carmelo fueron humildes pero tuvo talento, supo ver y estudiar la evolución del oficio, conocer las nuevas técnicas y adaptarse a cada situación. Vi muchas veces en tiempos lejanos a Carmelo tirado en el suelo examinando los entresijos del motor de los automóvile­s y ahora me asombraba viéndole manejar con suma destreza los más modernos instrument­os y métodos científico­s para repararlos.

Siempre daré gracias a Dios por haberle conocido. Estar junto a él era estar en situación de permanente aprendizaj­e, de revisión, de examen de conciencia personal. No le ví jamás airado y toda controvers­ia la saldaba entre sonrisas. No fundó una escuela pero creó escuela donde, encorbatad­o en días de fiesta o con el mono de la faena diaria, nos impactaba a todos con el señorío de su asombrosa humildad.

Era tímido, dolorosame­nte tímido. Hablaba poco. Prefería el silencio de su ejemplo. Nadie que no haya palpado la cercanía de su humanísimo corazón habrá podido descubrir el inmenso caudal de bondad que derramaban su sonrisa, su mirada y sus manos.

Descansa y ahora para siempre, hermano del alma.

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