Carmelo Abío Lupón
In memoriam
ZARAGOZA. Se nos ha muerto el querido e inolvidable Carmelo. En silencio, tal como vivió, sin llamar la atención, sin molestar a nadie, teniendo a su lado solamente a los suyos, a los seres que más quería. La discreción y la modestia, el respeto y la sencillez, verdaderas señas de identidad de la rica personalidad de Carmelo durante su paso por este mundo le acompañaron también en la muerte, sin duda el acontecimiento más augusto y trascendente de la vida humana.
Hizo de su taller mecánico de coches la parábola de su vida. Tenía una auténtica pasión por la obra bien hecha y en la búsqueda permanente de la excelencia huía de la improvisación y las prisas y, sobre todo, de la torpeza y la chapuza. Genio y figura hasta la sepultura.
A veces chanceábamos en pleno campo de honor del trabajo y le decía para halagarlo que tenía un taller que parecía un clínica suiza y él me respondía parodiando las palabras de Machado: Despacito y buena letra/porque el hacer bien las cosas /importa más que el hacerlas. Por eso no extraña que le llovieran clientes llegados de toda España a nuestra ciudad.
Los orígenes profesionales de Carmelo fueron humildes pero tuvo talento, supo ver y estudiar la evolución del oficio, conocer las nuevas técnicas y adaptarse a cada situación. Vi muchas veces en tiempos lejanos a Carmelo tirado en el suelo examinando los entresijos del motor de los automóviles y ahora me asombraba viéndole manejar con suma destreza los más modernos instrumentos y métodos científicos para repararlos.
Siempre daré gracias a Dios por haberle conocido. Estar junto a él era estar en situación de permanente aprendizaje, de revisión, de examen de conciencia personal. No le ví jamás airado y toda controversia la saldaba entre sonrisas. No fundó una escuela pero creó escuela donde, encorbatado en días de fiesta o con el mono de la faena diaria, nos impactaba a todos con el señorío de su asombrosa humildad.
Era tímido, dolorosamente tímido. Hablaba poco. Prefería el silencio de su ejemplo. Nadie que no haya palpado la cercanía de su humanísimo corazón habrá podido descubrir el inmenso caudal de bondad que derramaban su sonrisa, su mirada y sus manos.
Descansa y ahora para siempre, hermano del alma.