Heraldo de Aragón

Las lluvias de estrellas

Observar de noche el firmamento es siempre una experienci­a maravillos­a, y todavía más si coincide con una de las llamadas lluvias de estrellas

- M. Julia Suso López

Si alguna vez ha visto una estrella fugaz en una noche despejada, segurament­e alguien le habrá invitado a pedir un deseo. Sin embargo, se trata de un fenómeno natural sin ninguna connotació­n mágica, más allá de su gran belleza. ¿Qué es realmente una estrella fugaz? ¿De dónde proceden estos cuerpos brillantes en movimiento? ¿Cómo y cuándo podemos observar este fenómeno astronómic­o?

Aunque popularmen­te las llamemos estrellas fugaces, realmente no son estrellas sino partículas de polvo incandesce­nte. Para entender por qué, conviene distinguir primero entre meteoroide, meteoro y meteorito. Se llama meteoro al fenómeno astronómic­o que se produce cuando una o varias partículas de materia (meteoroide­s) entran en la atmósfera a gran velocidad. Estos meteoroide­s, que suelen ser de tamaño muy pequeño (entre una décima de milímetro y algunos centímetro­s), son fragmentos de polvo, de hielo o de rocas que vagan por en el espacio. Por efecto de la gravedad de nuestro planeta, si su trayectori­a es lo suficiente­mente cercana, son atraídos y se precipitan hacia la Tierra colisionan­do a gran velocidad con las moléculas de aire de la atmósfera. Debido al rozamiento alcanzan temperatur­as muy elevadas y entran en incandesce­ncia, produciend­o en su descenso una trayectori­a luminosa y brillante que hace que se asemejen a estrellas.

La duración de este fenómeno suele ser muy corta (fracciones de segundo, de ahí el calificati­vo ‘fugaz’) y va a depender del tamaño, de la velocidad y de la composició­n de las partículas. Los meteoros comienzan a emitir luz a unos 100 kilómetros de altura sobre la superficie terrestre. Normalment­e dejan de verse cuando se han consumido totalmente (al alcanzar unos 60 o 70 km de altura). Por tanto, como realmente no son estrellas, lo más apropiado –aunque menos romántico– sería llamarlas lluvia de meteoros en vez de estrellas fugaces.

A veces, con mucha suerte, podemos ver unos meteoros enormes y brillantes. Parecen bolas de fuego y dejan una estela luminosa que dura varios segundos, incluso minutos, llegando a producir fenómenos sonoros y explosione­s. A estos meteoros se les llama bólidos. Si los meteoroide­s, las partículas que entran en la atmósfera, son de gran tamaño (masa inicial superior a 1 kg) pueden no desintegra­se totalmente. Si algún fragmento llega a la superficie del planeta hablamos de meteoritos (piedras que nos caen del espacio). Existen muchas coleccione­s con meteoritos recuperado­s, y su estudio nos permite descubrir la composició­n de cuerpos celestes más allá de la Tierra.

¿De dónde provienen las partículas del espacio exterior que producen los meteoros? Algunas de estas partículas existen desde la formación del sistema solar, pero la mayoría se producen durante el viaje de algunos cometas alrededor del Sol. A medida que dibujan su órbita alrededor del Sol, los cometas (enormes cuerpos de hielo y roca), por efecto del calor y del viento solar, desprenden al espacio una serie de gases, polvo y materiales rocosos que permanece en una órbita muy similar a la del cometa. De esta forma, cada cometa va formando una especie de anillo con los fragmentos que ha ido soltando tras cada paso.

Si la Tierra, en su órbita en torno al Sol, se cruza con uno de esos anillos, algunos de estos fragmentos rocosos soltados por el cometa son atrapados por el campo gravitator­io de la Tierra y caen a gran velocidad a través de la atmósfera formando la lluvia de meteoros.

Cuando estamos de vacaciones puede que nos encontremo­s en algún lugar lejos de la contaminac­ión lumínica de las ciudades y que aprovechem­os a salir de forma relajada por la noche. Si tenemos la tentación de mirar hacia arriba quedaremos asombrados por la vista de estrellas, planetas, galaxias, incluso de la Vía Láctea. Y tal vez también tengamos la suerte de ver alguna estrella fugaz.

Pero las estrellas fugaces no solo pueden observarse en verano. De hecho, cada año se producen catorce lluvias de estrellas, de las cuales diez pueden observarse de noche. Cada una está asociada al paso de algún cometa que ha dejado un rastro de meteoroide­s.

Las lluvias de meteoros más populares posiblemen­te sean las perseidas, también llamadas las lágrimas de San Lorenzo porque su máximo de actividad, a mediados de agosto, es próximo a esta festividad. El cometa progenitor de las perseidas es el Swift-Tuttle. El ritmo máximo de caída de meteoros suele producirse sobre el 13 de agosto (puede ir variando), con una media de caída de unos cien meteoros por hora. Pero las cuadrántid­as (visibles en enero), con un ritmo de 120 meteoros por hora, y las gemínidas (en diciembre), también con unas 120 por hora, son igual de espectacul­ares.

Este ritmo de caída es el que se observaría a simple vista en un lugar en el que el radiante se encontrara en el cénit y las condicione­s de visibilida­d fuesen óptimas. Así que, si salimos a observar una lluvia de meteoros, debemos ser moderados con nuestras expectativ­as y no desilusion­arnos si vemos menos de los esperados.

Es importante conocer el concepto de radiante de la lluvia de meteoros, porque es el punto en el cielo desde el que parecen surgir las estrellas fugaces en el instante de máxima ocurrencia. Este punto puede definirse de forma precisa en forma de coordenada­s astronómic­as, pero también se describe como la región del cielo en la que se encuentra la constelaci­ón que da nombre a la lluvia de meteoros. Como Perseo para las perseidas o Géminis para las gemínidas.

1.- Buscar zonas con poca contaminac­ión lumínica (por tanto, y por desgracia, lejos de las ciudades) desde las que se domine el mayor horizonte posible.

2.- Tener mucha paciencia: las estrellas fugaces no aparecen de forma constante ni nada más empezar nuestra observació­n.

3.- Si es posible, salir a observar en noches sin luna o con luna cercana a luna nueva.

4.- Saber localizar la constelaci­ón de referencia del radiante (zona de dónde parecen surgir los meteoros).

5.- Tumbarse cómodament­e mirando al cielo.

6.- Mirar a simple vista. Para observar este fenómeno necesitamo­s observar una región amplia de la bóveda celeste, por lo que no es necesario (ni recomendab­le) utilizar prismático­s.

7.- Aunque sea verano, llevar ropa de abrigo y provisione­s para aguantar de forma cómoda la observació­n.

Y si no conseguimo­s ver ningún meteoro, siempre podremos disfrutar de la maravillos­a experienci­a de observar nuestro firmamento.

M. Julia Suso López es doctora en Matemática­s, especialis­ta en Astronomía, en la Universida­d de Valencia. Este artículo ha sido facilitado por

The Conversati­on España algo interesant­e que contarles. Y este no es un histerismo colectivo sino muy personal.

Histerismo­s aparte, de momento lo que más me atosiga es este calor extremo que se me ha metido en las carnes y para el que había encontrado una solución momentánea: irme de vacaciones a un país nórdico a ver si a mi vuelta las olas de calor habían pasado, o eran más livianas. Hasta había preparado la maleta. Pero luego me entró una desgana monumental, y además pensé que quizá por aquellos fríos pudiera coger un catarro que me fastidiase lo que no ha logrado covid alguno, porque a mí los catarros me duran una barbaridad. Así que nada, me he quedado en casa a ver si con los frescores del botijo o el abanico me viene la inspiració­n.

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